Eso sí que fue un garabato genial –con esa su manera tan sui géneris de escribir– al referirse al genial Pablo Picasso que le regaló una maestra de sus obras.
Conversaron un rato y el pequeño gran hombre, de burlona mirada, desapareció.
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“Cecile Sorel estaba en el hall del Carlton. Nos lo advirtió monsieur Jordan, el conserje.
“Acompañados por la gran actriz, fuimos al Palais, donde nos esperaban los duques de Windsor.
“El duque, siempre abrazando a un Terrier, no hablaba francés, mas su melancólica sonrisa era universal. La duquesa sí que lo hablaba perfectamente, como parecía saber hacerlo todo. Ambos nos preguntaron mil cosas y después de unos aperitivos nos despedimos, acompañándonos el duque y los terriers hasta el ascensor.
“En el hall encontramos a Elsa Maxwell, la terrible, inteligente y graciosa periodista estadunidense. Cambiamos palabras amigables y luego seguimos con Cecile Sorel, para almorzar en casa del conde de Vallombreuse.
“Cenamos esa noche con un grupo de amigos en el Palais. Con nosotros se encontraba George Carpentier.”
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“¿Cuánto tiempo hubieran continuado así los días de mi vida, si no fuera por aquella mañana de agosto?
“Era una mañana de agosto de 1949 y estaba en la barandilla de nuestro pequeño salón del Carlton, de Biarritz.
“‘¿Qué quieres hacer?’, me preguntó Ruy desde la sala.
“Habíamos firmado un contrato para filmar una película durante aquel mes de verano, compromiso que impedía mis actuaciones taurinas. Mas, obras del destino, la compañía, no teniendo tiempo de montar su producción, fracasó en su propósito de filmar en agosto. Cuando supimos el contratiempo, ya era demasiado tarde para firmar contratos taurinos y así me quedé sin toros y sin película. Estaba libre, cosa inusitada, por el espacio de tres semanas.
“Hacía un día hermoso. El sol, al caer sobre el agua azul, astillaba en pedacitos de luz y el airecillo que jugueteaba con las alas, traía en su suave aleteo, el verde aroma de las algas marinas. Bolitas de espuma, encerrando los colores del arco iris, formaban un collar al borde de la playa. Luego, quebrándose de una en una, desaparecían. “Como si sintieran –pensé– la nostalgia del mar. Los niños corrían detrás de pelotones de colorines, llenando de risas la brisa cristalina. El mar jugaba con ellos, robándoles el pelotón, llenándoles los pocitos o trayéndoles conchitas de sus profundos jardines.
““¡Conchita!’ –Me llamó Asunción, sacándome del ensimismamiento–, ¿qué te apetece hacer? Tenemos que decidirnos por lo de las maletas.’
“Asunción jugaba paciencias con el mismo buen humor que le conocí desde niña, preocupándose, como siempre, tan sólo por el bienestar de los demás. Siendo ella el pilar de roca firme para todos nuestros desengaños y el suave ángel de la guarda de nuestra vida en general. Asunción jamás escogía un rumbo, decidía un paso. Ruy y yo estábamos primero.
“¿Qué hacer? Pues podríamos quedarnos en Biarritz. ¡Me encantaba Francia! Gozaría de los helados de Dodin y de la playa. Visitaría a Heléne para que me hiciera un vestido. ¿Y si fuéramos a Arlés? Me fascinaba Arlés y su teatro romano, al aire libre, donde había visto ballet y ópera en una noche maravillosa. Visitaríamos a los Yonnett. Claro que si no hiciera tanto calor, escogería Sevilla o Salamanca para pasar unos días… acosaríamos unas becerras en casa de los Tabernero, torearíamos en casa de Atanasio…
“‘¡Conchita!’, esta vez era la voz de Ruy. Tenían razón Asunción y Ruy cuando decían que yo era distraída. ‘Mira –prosiguió mi querido maestro–, si no tienes preferencia, decido yo y regresamos a Portugal, pues para estar aquí, metido en el hotel…
“Tenía razón. Montaba y me entrenaba por las mañanas con la cuadrilla y después me ponía a meditar en la terraza. O escribía, sacando mis revueltos papeles de una vieja maleta. Ruy, tenía razón, sería mejor regresar a Portugal. Llevaríamos los caballos y tornaríamos para la corrida de Dax, dentro de 15 días. ¿Qué habría de nuevo por allá? Ah, sí. ¡Debía de haber llegado de África aquel sobrino de Ruy! Decían que era muy simpático y muy buen mozo. Chana, su primo, me dijo una vez: ‘Qué pena que no lo conozcas. Es mi mejor amigo y estoy seguro de que se llevarían muy bien’ ¡Qué ocurrencias tenía Chana!”
(Continuará) (AAB)