Nunca acabará de lamentar la clase política mexicana uno de sus descuidos más graves al sumarse al despeñadero neoliberal: haber dejado en manos de particulares, con poder económico pero sin perspectiva sociocultural, la rica tradición taurina del país, pues al plegarse –escoja partido– a las ordenanzas del pensamiento único debilitaron la fiesta de los toros como patrimonio cultural inmaterial, descuidaron el apoyo al campo bravo como sustento de valores identitarios y desprotegieron a amplias capas de la población involucradas en el desarrollo de la función taurina, entorpeciendo la sana continuidad de la misma.
“Nosotros no renunciamos a nuestros principios, ni magnificamos nuestros logros, ni soslayamos nuestros empeños, sino que, con madurez de militantes y sereno valor civil, asumimos un compromiso de congruencia entre los propósitos enunciados, las acciones emprendidas y los resultados obtenidos”, afirmaba en uno de tantos discursos uno de tantos candidatos a uno de tantos cargos de elección popular. De congruencia ni hablar y de resultados obtenidos estos han sido escasos, por lo que en materia de políticas culturales prevalecen criterios estrechos, pobre difusión, magros estímulos y una añeja dependencia.
Hace tiempo que en tauromaquia el ruido no lo hacen las hazañas, sino los adversarios de esa expresión, ayunos de información que sustente sus viscerales posturas, tan sensibleras como destructivas a partir de una inteligencia desequilibrada por demasiados miedos e inconfesados odios. Por ello, hace décadas a nuestros funcionarios les resultó políticamente incorrecta la fiesta de los toros y optaron por desentenderse de respaldar a la autoridad en la plaza y de llamar la atención a los acaudalados pero fallidos promotores de esa tradición.
A los intentos prohibicionistas de la demagoga alcaldesa de Puebla entró en asombroso quite el gobernador del estado, habida cuenta de que a los ex senadores de Morena metidos a taurinos (uno creó su partido político y el otro pidió licencia) los caracterizó un desesperante silencio en torno al tema, no obstante que ambos son promotores de la fiesta y ganaderos de bravo.
Pedro Haces Barba es, además, presidente de la Asociación Mexicana de Tauromaquia, incorporada a la Confederación Deportiva Mexicana (Codeme) y fundador del partido político Fuerza por México, “de centroizquierda, progresista y adepto a los postulados del presidente Andrés Manuel López Obrador”, y empresario de la plaza El Relicario de Puebla desde abril de 2018, con Víctor Curro Leal como gerente. En ese tiempo han dado ocho corridas y dos novilladas y en ninguna de las funciones llenaron la mitad del tendido, es decir no metieron ni 2 mil 500 aficionados. “Celebro –destacó Haces en agradecido boletín– que el caprichito de la imposición a la prohibición haya sido desechado en un ejemplo de democracia. Deseo a la alcaldesa que se ponga a trabajar en pro de la salud y el bienestar de los ciudadanos de Puebla, sin olvidar que ‘El derecho al respeto ajeno es la paz’ (chirrido que retumbó hasta Guelatao). PD: Favor de no utilizar la tauromaquia para temas políticos. Prohibido prohibir”.
Armando Guadiana Tijerina, por su parte, pidió licencia como senador de Morena, para competir como candidato de ese partido por la alcaldía de Saltillo, Coahuila, estado al que Moreira II dejó sin toros, precisamente por pleitos con Guadiana, después de que Moreira I erigió el bien intencionado Museo de la Cultura Taurina en la citada ciudad. Mientras tanto, ¿algún político defiende y promueve la fiesta brava de México?