En el primero de cuatro días que permanecerá en Irak, el papa Francisco fue enfático en sus llamados a la paz y a que los gobernantes atiendan las necesidades de los ciudadanos. Frente a las autoridades iraquíes que lo recibieron en el Palacio Presidencial, el pontífice reclamó “que callen las armas”, y lanzó un “ya basta” a la violencia, los extremismos, el faccionalismo, la intolerancia y la corrupción, un tema central en la agenda pública, que dio pie a protestas multitudinarias desde finales de 2019. En un tácito reconocimiento a los descalabros causados por las grandes potencias en toda la región, llamó a otras naciones a no imponer sus “intereses políticos o ideológicos” en Irak.
La visita oficial del Papa argentino está cargada de significados para los 400 mil cristianos de distintas denominaciones que hoy viven en Irak –eran un millón y medio antes de que Estados Unidos invadiera el país mesopotámico en 2003–, pero también para los integrantes de la fe musulmana, para los laicos de todo el mundo, y de manera especial para los migrantes. No se trata únicamente de la primera vez que un líder de la Iglesia católica visita esta nación, sino del primer viaje emprendido por Francisco desde el inicio de la pandemia de Covid-19, y el itinerario del pontífice está trazado para enviar un mensaje de apertura y diálogo interconfesional.
Este ánimo de tender puentes tiene una relevancia inestimable en una sociedad que padeció casi un cuarto de siglo de la dictadura de Saddam Hussein, seguido por ya casi dos décadas en las que se han sucedido y traslapado la ocupación militar estadunidense, el surgimiento de grupos extremistas de una ferocidad inédita y la formación de una serie de gobiernos inestables con potestades acotadas o meramente simbólicas, incapaces hasta ahora de unificar a los iraquíes en un proyecto de futuro inclusivo y democrático.
Irak, como buena parte de los países de Medio Oriente y, en general, del llamado “mundo en desarrollo”, tiene entre sus principales desafíos el de la migración, el cual ha sido objeto de constantes señalamientos del papa Francisco en los años recientes. Como muestra el drama del millón de cristianos que han debido huir del territorio iraquí por la violencia –fundamentalista o de otro tipo–, los migrantes son personas expulsadas fuera de sus lugares de origen por causas que rebasan a cualquier individuo, y es obligación de los estados crear las condiciones para que regresen con garantías a su integridad física y patrimonial, o para que formen una nueva vida en sus lugares de destino.
Cabe esperar que la visita papal a este territorio, considerado cuna de la escritura y la civilización, deje un legado que trascienda lo anecdótico, de tal suerte que contribuya al arranque de una nueva etapa para un pueblo que tiene la oportunidad de voltear hacia su historia milenaria como una fuente de entendimiento y no de divisiones.