Saúl Canelo Álvarez cumplió la tendencia en las apuestas. Ganó rápido, sin oposición, para mantener sus cinturones en peso supermedio del CMB y AMB. El turco Avni Yildirim, clasificado número uno, no tuvo recursos para aspirar a algo más y ya no salió al cuarto episodio, anoche en el estadio de los Delfines de Miami.
Canelo es un espectáculo que sobrepasa cualquier experiencia para un deportista mexicano. El estadio de Miami parecía un escenario de medio tiempo en la NFL, con 15 mil asistentes.
El turco era el retador oficial del CMB y la AMB. Y el mexicano, como campeón, se encargó de recordárselo desde el inicio. Le envió potentes uppers, ganchos que cimbraban al cuerpo que los recibía y que dejaban ver la fuerza que guarda en los brazos.
El turco cerraba su guardia, precavido, pero Canelo tenía una llave de dinamita para forzarlo. Un gancho con la zurda y de inmediato con el mismo puño arriba, al rostro. Dolía sólo de imaginar el sufrimiento que recibió el cuerpo y la cabeza.
Hay una crueldad esencial en el boxeo que Canelo explotaba con solvencia. Trabajar la resistencia de un oponente hasta minarlo, reducirlo a su condición más vulnerable con el paso de los minutos.
Yildirim apenas se atrevía a soltar las manos, pero Canelo lo lastimó y lo derribó en el tercer asalto. El pelirrojo se fue al ataque. Parecía como si pudiera terminar con sólo desearlo. El turco estaba en pie más por orgullo que por recursos de combate para resistir.
En la esquina gritaba el entrenador de Yildirim. Veía a su peleador sin posibilidades y le advirtió que podía detener la pelea. Sonó la campana para iniciar el cuarto episodio y decidieron no exponerlo. Canelo levantó la mano. Sin euforia.