Moscú. Armenia, que aún no se repone de la derrota militar que, tras seis semanas de combates, le infligió en noviembre anterior su vecino Azerbaiyán por el disputado territorio de Nagorno-Karabaj, está inmersa en una grave crisis de poder por el enfrentamiento del primer ministro Nikol Pashinian y la cúpula del ejército que –en un hecho inusitado en el espacio postsoviético– exige públicamente su dimisión.
Pashinian, que se convirtió en jefe de gobierno en mayo de 2018 a consecuencia de una revuelta popular que derrocó al anterior premier Serzh Sargsian, sacó este jueves a sus seguidores a la calle y acusó a los generales de querer dar un golpe de Estado, mientras la oposición también ocupó las calles del centro de Yereván en apoyo a los militares al grito de “Nikol, vete”, exigencia que viene planteando desde que el todavía gobernante se vio obligado a firmar la capitulación de Armenia.
El conflicto con la cúpula castrense comenzó por unas declaraciones inoportunas de Pashinian en el sentido de que el gobierno anterior adquirió misiles Iskander de fabricación rusa que “resultaron poco efectivos y ni siquiera estallaron todos al impactar”, lo cual provocó que el general Tiran Jachatrian, subjefe primero del Estado Mayor, en tono de burla calificara de “frívolas y poco serias” las palabras del primer ministro, por lo cual éste lo cesó de inmediato.
El despido de Jachatrian colmó la paciencia de los militares, el sector de la sociedad armenia más afectado por la derrota, y un grupo de 40 altos oficiales, encabezados por el jefe del Estado Mayor, general Onik Gasparian, exigió la dimisión de Pashinian.
La plana mayor del ejército emitió un comunicado que expresa una “enérgica protesta” por el cese de Jachatrian y considera que es una medida “errónea e injustificada”. Asimismo, concluye que “el primer ministro y el gobierno de Armenia no son capaces de tomar decisiones adecuadas en esta situación de crisis y de vital importancia para el pueblo armenio”.
Pashinian, en respuesta al comunicado castrense, también destituyó al general Gasparian, pero el presidente Armen Sarkisian, que desde un punto de vista formal debe ratificar ese tipo de remociones, aún no ha firmado el documento que separa de sus funciones al jefe del Estado Mayor.
Sarkisian, quien era una figura meramente decorativa, ahora está desempeñando un papel fundamental como mediador entre las partes enfrentadas a las que pidió “prudencia” al advertir que “la situación puede explotar en cualquier momento con consecuencias devastadoras para nuestro Estado”.
Rusia, que mantiene bases en Armenia que garantizan su presencia militar en el Cáucaso del sur, observa con preocupación lo que sucede en un país que, al margen de quién lo gobierne, quiere seguir viendo como un firme aliado.
Tanto el Kremlin como la Cancillería se pronunciaron en favor de que los armenios alcancen un arreglo político y superen esta enésima crisis, mientras los militares rusos dieron a entender que Pashinian estuvo “mal informado” y, por eso, “sacó conclusiones equivocadas”, dado que el ejército armenio no utilizó ningún misil Iskander en la guerra con Azerbaiyán.