La madrugada del miércoles 24, un día antes de su cumpleaños, murió Luis Esteban Pérez Santoja, cuya presencia fue constante en el ámbito musical mexicano de las recientes décadas. En esta esfera cultural, Luis fue, literalmente, el ajonjolí de todos los moles. Entre las muchas etiquetas que le quedan bien, elijo dos: fue un amigo cercano y leal, y un melómano de altos vuelos, en ese orden. Muchos de nosotros conocimos a Luis detrás del mostrador o entre los pasillos de la muy añorada Sala Margolín. Desde esa trinchera, Luis nos educó y nos guió con su doble sapiencia, la de la música y la de los discos. Era usual ir a la Margolín por uno o dos discos, y salir con seis u ocho porque Luis fue, también, un gran vendedor, y sus recomendaciones eran irresistibles. Mi propia discoteca está moldeada, en buena medida, por su benéfica influencia y su conocedora insistencia; debo decir que, al menos en mi caso, Luis nunca se equivocó en su recomendación.
Además de melómano de alcances formidables y divulgador de tiempo completo, Luis fue un gran polemista; agarrarse del chongo con él en defensa de un compositor, una pianista o una orquesta, era una experiencia siempre iluminadora. Sus apasionadas apologías (o diatribas, según el caso) estuvieron siempre informadas no sólo con nombres y datos y fechas sino, sobre todo, con una pasión contagiosa por todo lo que tuviera que ver con la música. En esos encuentros salía a relucir también un saludable, agudo y certero sentido del humor, modulado por un sabroso manejo de las palabras y los dobles sentidos. Y además, fue un cinéfilo omnívoro.
El amor y respeto de Luis por la música se extendía de igual modo a los rituales de la música, que entendía y practicaba con gran honestidad; de ahí que fuera un crítico implacable de las lacras y taras de nuestro primitivo y maleducado público. En este sentido, a Luis no le temblaba la voz para expresar sus posturas al respecto. Recuerdo, en particular, dos ocasiones en que escuchábamos juntos a Bruckner en el Conservatorio y a Barber en Bellas Artes; una sonora mentada y un feroz regaño fueron sus reacciones, perfectamente justificadas, ante los atropellos cometidos por los palurdos de la platea. Y recordaré también, siempre, la ocasión en que un músico mediocre y peor funcionario cultural metió cizaña que pudo enemistarnos; la lealtad de Luis, inamovible, pudo más que la mezquindad del individuo en cuestión. La variada huella que Luis Esteban Pérez Santoja dejó tras de sí está perfilada, sobre todo, por la generosidad con la que compartió la música, su pasión por la música y su visión de la música.
La ausencia de Luis empobrece, aún más, nuestro vapuleado e injustamente vilipendiado entorno musical. Adiós, Luis. Gracias.