Cada vez que trato de explicar a Francisco I. Madero siento que aro en la mar: hay pocos personajes (procesos) tan mal entendidos por quienes creemos conocer la historia de México. No intentaré explicar (otra vez) que Madero desmanteló de arriba abajo el régimen porfirista (incluido el mando militar y las corporaciones realmente operativas de las fuerzas armadas); no trataré de recordar que, salvo algunas declaraciones muy desafortunadas de 1911, detuvo la guerra sucia contra el zapatismo y trató de dar respuesta a las demandas agrarias y obreras; no recordaré que carecía de la facultad de adivinar el futuro ni insistiré en la parábola del traidor… o eso sí: https://www.jornada.com.mx/2017/ 08/08/opinion/016a2pol .
La abrumadora incomprensión se agudiza cuando nos asomamos a esos días de febrero de 1913 que llamamos Decena Trágica. Esto ocurre en muy buena medida porque los historiadores de esa coyuntura (incluso los mejores), reproducen la versión tradicional, mal contada desde el principio. Me ocurrió algo parecido cuando en mi libro 1915: México en guerra mostré cómo se repitió acríticamente (incluso por los mejores historiadores) la versión de los vencedores, escrita por Álvaro Obregón y Juan Barragán (aquí se descarga el análisis académico que hice sobre cómo se creó y de qué manera se repitió esa versión: https://historiamexicana.colmex.mx/ index.php/RHM/article/view/1677/1495 ). Entre otros aspectos, mostramos que había una casta militar (en todo el mundo) que no se había adaptado a la acelerada revolución tecnológica de la guerra (los fusiles rayados de repetición, los cañones de tiro rápido, las ametralladoras, la artillería pesada, los ferrocarriles, los acorazados, la aviación).
Recientemente en una revista especializada, Bernardo Ibarrola ha evidenciado cómo ocurrió lo mismo sobre el aspecto militar de la Decena Trágica, es decir, la repetición acrítica de una versión: “Puesto que la explicación del episodio en función de la ingenuidad de Madero y la perfidia de Huerta ha sido generalmente aceptada, ésta se ha extrapolado al ámbito militar. Para reafirmar que Victoriano Huerta comenzó a planear la traición desde su inopinado nombramiento como jefe militar de la Ciudad de México… y que el candor del presidente Madero le impidió interpretar correctamente… las múltiples evidencias de esta traición en ciernes, se parte, como cosa cierta, de un supuesto de carácter militar: en el momento en que su comandante se decidiera a hacerlo, las fuerzas del gobierno podían recuperar la Ciudadela y someter a los rebeldes”.
Pero ese supuesto (la superioridad militar incontestable de las fuerzas del gobierno) nunca se ha analizado en serio, a pesar de que hay muchos indicios para ponerlo en duda. Dice Ibarrola: “La inexistencia de este elemental trabajo de constatación se debe, según creo, no sólo a la contundencia de las explicaciones de los otros aspectos del episodio, sino, más simplemente, a que la escritura de las historias de la Decena Trágica se ha realizado, en términos generales, sin interrogantes de carácter militar y prescindiendo casi por completo de las fuentes documentales obvias y obligadas para el estudio de los hechos de armas; en resumen, se debe a que todavía no se acomete la empresa de elaborar la historia militar de la Decena Trágica”.
Nadie, señala Ibarrola, ha hecho esa historia recurriendo a las fuentes militares. “Esto es tan descabellado como si se hubieran escrito los aspectos diplomáticos de la Decena Trágica sin los despachos y los telegramas de la embajada y las legaciones, o su parte parlamentaria sin las leyes, los diarios de debates y las memorias de los legisladores. Aún peor, para explicar los hechos de armas, se ha confiado en las impresiones de diplomáticos, políticos y periodistas, útiles y necesarias sin duda alguna, pero de ninguna manera suficientes. A nadie se le ocurriría, para saber lo ocurrido en la embajada estadunidense durante aquellos días, recurrir solamente al testimonio de alguien apostado junto a un cañón en el Campo Florido; en cambio, se ha realizado una y otra vez el mismo procedimiento de investigación, pero en sentido contrario”.
Bernardo Ibarrola nos convoca a hacer lo que no se ha hecho. En realidad, está anunciando lo que él está haciendo. Nos urge su libro. Dentro de 15 días continuaré (salvo que algo lo impida). Araré en la mar para tratar de remontar la incomprensión de Madero. Pero vale decir, por lo pronto, que el problema de que no conozcamos este texto de Ibarrola se debe en buena medida a los criterios cuentachiles (“hacer puntos”), elitistas y exclusivistas del Conacyt, el SNI y las universidades, para los cuales es mucho más importante publicar un artículo con 79 notas a pie de página o un libro exclusivo para académicos, que uno que trate de explicarle los hechos al público amplio, hambriento de leer buena historia.
Pd. Aquí el artículo: https://moderna.historicas.unam.mx/ index.php/ehm/article/view/70964/67129
Twitter: @HistoriaPedro