El pasado viernes Néstor Jiménez escribió con precisión en las páginas de La Jornada: “Como un síntoma de la vida interna del Congreso del Trabajo, que celebró ayer sus 55 años de existencia, su edificio sede se encuentra casi en el abandono, su página de Internet no presenta alguna actividad próxima a realizarse y hasta su cuenta en Twitter está suspendida”. La clase obrera sólo existe como abstracción y el futuro de México la reclama como poder organizado. Hasta la historia de cooptación de sus organizaciones sindicales por el Estado corporativo construido a partir del cardenismo, ha sido olvidada. La forja corrupta del sindicalismo charro por los gobiernos priístas fue acompañada por la creación corrupta del sindicalismo blanco. Mientras los trabajadores asalariados quedaban maniatados e hiperexplotados, los “dirigentes” corruptos pasaron a ser parte de la calaña de los políticos priístas o empleados favorecidos de los empresarios de Monterrey, aunque esta estirpe de capataces se extendió por la República, ahí donde surgiera una industria con obreros que exigieran derechos.
La terciarización de la economía, la reducción relativa de la industria manufacturera y el neoliberalismo y su discurso individualista, terminaron la tarea de hundir a los obreros en el olvido más oprobioso. Fueron olvidados incluso por los partidos políticos que alguna vez los tuvieron como referente: comunistas y socialdemócratas. Dejaron de ser clave imprescindible de superación del capitalismo. Más aún, el neoliberalismo ganó la batalla de las conciencias y la superación misma del sistema fue echada al más oscuro de los olvidos.
No existe el infierno eterno; aun el de Dante halla al final la luz. Los negros túneles terminan. Las atrocidades neoliberales apuntan a su fin. Pero ninguna superación ocurrirá por sí sola. Y en esa superación sí tendrá un papel relevante la clase obrera. Volvió a verlo con claridad Leo Panitch, fallecido el pasado 19 de diciembre, víctima del Covid-19.
Brillante marxista canadiense, discípulo destacado de Ralph Milliband, Panitch, con su colaborador Sam Gindin, se basó en el trabajo de Milliband y desarrolló un marxismo político para preguntarse cómo el movimiento obrero podía desarrollar su capacidad de ejercer el poder político en pos de una transformación democrático-socialista. Con ese objetivo investigó, y muy a fondo, durante muchas décadas de trabajo intelectual y político, acerca de tres temas: “1) el proceso de formación de la clase obrera; 2) el papel clave de los partidos políticos para facilitar este proceso, y 3) la necesidad de transformar el Estado en lugar de ‘destrozarlo’ o intentar ejercerlo en su forma actual” (Chris Maisano, The Marxism of Leo Panitch). No “destrozarlo” alude a la necesidad en Occidente y, principalmente referido a los países desarrollados, de evitar la vía leninista de “asaltarlo” por la vía violenta y reinventarlo.
Sobre el primer tema, Panitch comienza con El manifiesto comunista, de Marx y Engels, de 1848, según el cual el objetivo inmediato del movimiento socialista es la formación del proletariado en una clase. Es decir, la clase no es un ente estructural, sino un proceso de conformación impulsado por el conflicto y una lucha que es simultáneamente económica, política e ideológica. En las sociedades capitalistas las clases se hacen, organizan, rehacen, reorganizan, en una línea continúa de movimiento permanente.
Panitch, asimismo, siguió el marxismo del historiador británico E. P. Thompson y su monumental estudio sobre la clase obrera inglesa, y en su obra The Impasse of Social Democratic Politics, Panitch sostiene una extensa y penetrante polémica con el “sociologismo” de Erik Hobsbawm y su clasificación de las fracciones de clase según su posición ocupacional, porque le interesa un marxismo político militante dirigido a la conformación de los proletarios como una clase efectiva organizada.
La ausencia de ese marxismo la ilustra la tremenda derrota de los laboristas frente a Margaret Thatcher en 1979, con un proyecto hegemónico que hizo trizas el antiguo consenso “welfarista” de la posguerra. Y es que la izquierda británica estaba demasiado hundida “en su propio estupor de sindicalismo para ver que la clase obrera se estaba descomponiendo bajo el impacto de las nuevas fuerzas de producción y que las viejas formas de organización laborista se estaban volviendo frágiles”, como escribiera el marxista A. Sivanandan, srilankés-británico de la escuela de los New Times.
La obra de Panitch es indispensable a nuestros tiempos. Aunque el espacio y tiempo nuestros sean distintos. Es indispensable de cara al estado de abatimiento que padecen los proletarios mexicanos. Pero respecto de la transformación, nos son necesarios también, en lo básico, Antonio Gramsci y su mirada política del mezzogiorno italiano, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, y la mirada raíz de José Carlos Mariátegui. Las tareas de las generaciones futuras de la izquierda mexicana son colosales.