Aliadas con grandes firmas de Wall Street y el influyente lobby empresarial agrupado en la Cámara de Comercio de Estados Unidos, la poderosa organización sindical AFL-CIO, funcionarios republicanos y demócratas integrantes del establishment institucional en los aparatos ejecutivo, legislativo y judicial tanto a escala federal como en los estados de la unión y organizaciones de la sociedad civil, las corporaciones tecnodigitales del Silicon Valley habrían jugado un papel importante en la derrota de Donald Trump en los comicios del 3 de noviembre pasado.
Lo anterior, según un reportaje publicado por la revista Time titulado “La historia secreta de la campaña en la sombra que salvó las elecciones de 2020”, que utiliza expresiones tales como “una conspiración detrás de la escena” y “pacto” o “alianza informal” entre sectores tradicionalmente antagónicos como son las grandes corporaciones y los sindicatos, que entre otras actividades habría influido en las percepciones del electorado y presionó a quienes dirigen la cobertura de los grandes medios de difusión masiva y controlan el flujo de información, incluidos ejecutivos de las plataformas de redes sociales, para que cumplieran sus políticas contra ciertos tipos de comportamientos tóxicos, eliminando contenidos y cuentas que difunden noticias falsas ( fake news). Según la publicación, en noviembre de 2019 (un año antes de los comicios) Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, invitó a nueve líderes de derechos civiles a cenar en su casa y allí determinaron aplicar reglas y un cumplimiento más riguroso de los contenidos, situación que se habría repetido con el CEO de Twitter, Jack Dorsey, y otros.
Ello explicaría que las cadenas de televisión más poderosas de EU (ABC, CBS, NBC y MSNBC, enlazadas en sus plataformas de YouTube, Facebook, Twitter y otras redes de Internet) le hayan apagado el micrófono de manera brusca a Trump el 5 de noviembre pasado, aduciendo que estaba acusando fraude sin pruebas. Desde entonces, también, comenzó a discutirse si fue correcta la decisión de los medios hegemónicos de censurar de manera orquestada el mensaje en vivo de Trump cuando la contienda electoral estaba cerrada y todavía lejos de concluir, y si correspondía a medios privados establecer la censura previa y determinar de manera paternalista si un mensaje específico debe llegar a la audiencia.
Según aduce TIME ahora, la “conspiración” tuvo como objetivo reafirmar la democracia estadunidense. Y en sus propias palabras, la democracia fue salvada por “the power of people” (el poder del pueblo). Sin embargo, tras la incursión al Capitolio el pasado 6 de enero, la expulsión de Trump del “paraíso de las plataformas de redes sociales” (Rosa Miriam Elizalde dixit) tiene más que ver con la “práctica discrecional” de los monopolios privados en Internet, que con la democracia y los mensajes de odio racista del antiguo inquilino de la Casa Blanca contra los negros, musulmanes, mexicanos y centroamericanos. En mayo de 2011, a pedido de Israel, Zuckerberg borró las cuentas de medio millón de usuarios que en Facebook defendían la causa palestina.
El veto a las cuentas del magnate neoyorquino por el gobierno paralelo y empresarial del Silicon Valley en alianza con las grandes corporaciones de Wall Street y el Estado profundo (la CIA, la FBI, etcétera), devela una articulada estructura de poder suave ( softpower) dirigida a poner en la Oficina Oval a un funcionario del establishment como Joe Biden.
La tecnología no es neutral; forma parte de las estructuras de poder, riqueza y dominación. Junto con Twitter, las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft) son una suerte de cártel del complejo digital-financiero vinculado a la comunidad de inteligencia. Las corporaciones digitales y el poder infocomunicacional concentrado cuentan con un tremendo arsenal de tecnologías en informática y comunicaciones (TIC) y el Big Data a escala global.
Durante años los algoritmos de Facebook y Google (YouTube) han actuado como árbitros de la política estadunidense. Pero las plataformas de las redes sociodigitales no son sólo herramientas comunicativas, sino también un arma del “capitalismo de la vigilancia” (Shoshana Zuboff). En función de sus propios intereses plutocráticos, las redes operan como una prolongación de las industrias culturales tradicionales, uno de cuyos objetivos principales es la producción de una cultura de masas. Es decir, no sólo contribuyen a la construcción de la hegemonía capitalista, sino que cumplen una función de simplificación espiritual y de manufacturación de la ignorancia. Y según plantea José Ernesto Nováez Guerrero, como herramientas del capitalismo, las redes hegemónicas son instrumentos de la derecha ideológica: el carácter de empresa privada capitalista determina el funcionamiento ideológico de los algoritmos, tendiente a neutralizar de diversas formas el pensamiento crítico disidente del actual sistema de dominación.
Las redes digitales forman parte del dispositivo para disciplinar sociedades enteras. Sin olvidar que en sus orígenes en plena guerra fría, la red de redes surgió como un sistema de intercomunicación militar del Departamento de Defensa de EU: Arpanet (1967), antecedente de Internet (1983), y que el encriptado para los teléfonos celulares fue acordado con el conjunto de sus fabricantes en el Pentágono por la Agencia Nacional de Seguridad. Años después Julian Assange diría que Facebook era la máquina de espionaje más terrible del mundo, jamás inventada. Entre otros temas, es lo que no le perdonan sus obsecuentes carceleros.