Se ha iniciado la campaña nacional de vacunación masiva para la prevención del Covid-19. El eje estratégico es lograr inocular primero a las personas mayores de 60 años, que son aproximadamente 15 millones. Es un esfuerzo logístico que nunca se había visto en México y requiere la organización de más de 10 mil brigadas conformadas por integrantes de las secretarías de Bienestar, Salud, Defensa y Marina. Se pone a prueba la capacidad del Estado para responder ante una calamidad mayor.
Es muy interesante observar los efectos que esta logística tendrá sobre la política. Sucede que el movimiento de brigadistas que llegarán a todos los rincones de la República coincide con las elecciones generales. El 6 de junio próximo elegiremos la Cámara de Diputados, además de 15 gobernadores y tendremos comicios locales en 30 de las 32 entidades. Así que la campaña sanitaria va a ser calificada por los electores aunque no haya una relación directa entre la política sanitaria y la política- política, y a pesar de que el movimiento de vacunación es generado no por una necesidad de poder, sino por una pandemia que se impuso en todo el planeta.
Hasta ahora las cosas han ido bien. Incluso grupos contrarios al gobierno han opinado, por lo menos en la Ciudad de México, que las cosas se están haciendo correctamente. Pero el fenómeno de vacunación apenas comienza y va a coincidir con la agitación política inevitable que genera la distribución de los biológicos y la espera que se impone a los que deben recibirlos. Es una prueba de eficacia para el gobierno federal y de disciplina para toda la población.
Un aspecto muy interesante es la resistencia a la vacunación. Hay grupos que se oponen resueltamente. No me refiero a las comunidades indígenas que según han declarado confían en Dios y no en la vacuna, sino a grupos católicos muy reaccionarios (por fortuna muy minoritarios) que están oponiéndose a la inoculación con argumentos seudocientíficos. Mucho tendremos que ver en el drama de la vacunación contra el virus en nuestra nación.