En una época actual en que proliferan, de modo incontenible, las posverdades o las francas falsificaciones de la realidad política, resulta aleccionador el análisis crítico y la reconstrucción histórica que propone el cineasta rumano Jude Radu en su cinta ficción/documental más reciente, Uppercase Print ( Inscripciones en mayúsculas, 2020), presentada en el Forum de la Berlinale y disponible ahora en MUBI, la plataforma de cine de autor más estimulante en México. Del mismo director se espera también el estreno de su documental La salida de los trenes (2020), el cual registra la persecución y masacre de 10 mil judíos en la Rumania de 1941, a partir de testimonios orales y material de archivo. Lo que emprende el director en Uppercase Print es la fusión novedosa de dos fuentes históricas (los archivos de la Securitate, policía secreta rumana, y diversas emisiones televisivas de los años ochenta), y de una obra teatral, Tipografic Majuscul, de la escritora rumana Gianina Carbunariu.
Las inscripciones en mayúsculas a que alude el título del filme son las frases grafiteras que en 1981 escribió con gis un adolescente de 16 años sobre la fachada de la sede del partido comunista rumano y sobre varios otros muros de la capital Bucarest. En ellas exigía el fin de las largas colas para abastecerse de bienes esenciales, una mayor libertad de expresión ciudadana y la creación de sindicatos libres, según el modelo del Solidaridad polaco impulsado por Lech Walesa. Radu Jude, también director de No me importa si pasamos a la historia como bárbaros (2018), toma este hecho verídico como caso emblemático de la paranoia represora del régimen autoritario de Nicolás Ceausescu, oficialmente presentado como padre benévolo de la nación rumana. Uppercase Print expone los despropósitos de la narrativa gubernamental como una farsa política y social en la que los ciudadanos reciben el trato de eternos menores de edad fácilmente manipulables por enemigos extranjeros agazapados detrás de la radiodifusora Europa Libre.
Señalar al adolescente Mugur Calinescu (Serban Lazarovici) como cómplice y agente virtual de adversarios ideológicos, y por ende como saboteador y enemigo de la patria ideal comunista de Ceausescu, es un delirio que cobra magnitud y fuerza lo mismo en la televisora pública que en los sótanos de la siempre vigilante policía secreta. La necesidad de encontrar un culpable local de la conducta antisocial del joven Calinescu señala en primer lugar a la familia que no supo inculcarle los valores civiles de sumisión al régimen, y también a los maestros que lamentablemente fallaron en su misión de adoctrinamiento. El cineasta desmonta cada una de las piezas de esa gran simulación oficialista. No sólo padres y maestros deben corregir la desviación ideológica del adolescente, también sus condiscípulos y amigos sienten la necesidad de delatar sus tropiezos ideológicos para volverse dignos de algún reconocimiento social. O simplemente por miedo a sanciones y señalamientos o a una persecución parecida. Esa espiral de delaciones que envenenaron el tejido social remite evidentemente a lo mostrado por el alemán Florian Henkel von Donnersmarck en La vida de los otros ( Das leben der Anderen, 2006), sobre las técnicas de intimidación y vigilancia instrumentadas por la Stasi, policía secreta de la República Democrática Alemana. En el caso del rumano Jude Radu su estrategia narrativa recurre, de modo original, a subrayar mediante el artificio formal toda la frivolidad y el rídiculo recurrente relacionados con el culto a la personalidad (por lo demás, mediocre) del gran patriarca comunista. Asistimos así a una teatralización de los hechos, a la presentación de los agentes secretos como remedos de hologramas y a la farsa de festividades propagandísticas que ensalzan la vocación paternalista del régimen. Todos los personajes aparecen a cuadro como figuras tiesas e impersonales. Este recurso estético puede desconcertar o irritar a los espectadores, pero es justo esa provocación la que mejor permite revelar el gran déficit moral en la retórica del autoritarismo. En un salto arriesgado a la época actual, el director muestra, con imágenes lacónicas, una sociedad rumana en la que el capitalismo salvaje y el fundamentalismo religioso han desplazado a la dictadura de partido y a la imposición ideológica. En lugar de los vigilantes servicios secretos del pasado, patéticamente nocivos, triunfan hoy en Occidente alguna Cambridge Analytica o la sofisticada vigilancia de las grandes redes sociales. Un enorme círculo vicioso, una falsedad siempre renovable.