Quise leer Calling It Quits bajo la suposición de que la autora, Deirdre Bair, ahí contaría el caso de su divorcio. Debo la curiosidad a que la lectura de la historia de cómo escribió las biografías de Samuel Beckett y Simone de Beauvoir me había dado la impresión de que se llevaba muy bien con su esposo, que él no interfería en su independencia y autonomía, y que incluso la apoyaba en este sentido, pero sólo para al final sorprenderme al ver que en los Agradecimientos no aparecía el nombre de él, como tampoco en la dedicatoria.
De modo que leí las 325 páginas del texto subtitulado que traduzco El divorcio en matrimonios añosos y la vuelta a empezar, en busca de que tal vez encontraría inserta la respuesta a mi inquietante duda repartida entre los diferentes apartados de los capítulos, una información quizá no identificada con nombre y apellido, aunque sí camuflada aquí y allá. Sin embargo, no encontré ni siquiera una pista que me aclarara, al menos en parte, para qué, por qué, Deirdre Bair había intercalado, incoherente y abruptamente, el tema del divorcio en una larga y deslumbrante bibliografía dedicada en exclusiva a biografías, que, aparte de las dos primeras, la de Beckett y la de Simone de Beauvoir, incluye las que dedicó a Anaïs Nin, Carl Jung, Saul Steinberg y Al Capone.
Averigüé que se casó con el administrador de museos Lavon Henry Bair en 1957, así como que, con dos hijos y lo que parecía ser una familia tan asentada que ella salió a la luz como escritora con el apellido de él, en 2007 acabaría en divorcio, precisamente el año de publicación de Calling It Quits, cuarto título en una lista que consta exactamente del doble.
No haber resuelto mis incógnitas sobre el divorcio ni sobre la razón que llevó a Deirdre Bair a escribir Calling It Quits, ha sido una fuerte decepción para mí, admiradora como soy de su Parisian Lives: Samuel Beckett, Simone de Be auvoir, and Me, de 2019, la historia de las dos primeras biografías que publicó y el último texto que habría de escribir, pues murió en 2020, a los 85 años.
No digo que no sea interesante enterarse, por más que mediante una escritura como de revista de consultorio; es decir, anodina, de casos de divorcios y formas de soluciones a la subsecuente vida en soledad, o en nuevas coexistencias por completo ajenas a la del matrimonio; pero a mi decepción de la magnífica biógrafa Deirdre Bair contribuyó que las parejas que eligiera para configurar su Calling It Quits no pasaran de ser como de personas que se prestan a una encuesta; es decir, que aportan datos relevantes para una investigación, pero que son individualidades que no dejan huella, anónimas, que quedan despersonalizadas, que pasan a ser olvidables. En pocas palabras, Calling It Quits para mí resultó ser una lectura tediosa de la que no rescataría sino el primer caso, con el que cierro estas líneas y que, por otra parte, de haber previsto que se trataba de la excepción a la regla, con él me habría quedado, sin leer el resto, lo que me habría ahorrado valioso tiempo.
Jan, señora cincuentona, informa a Deidre Bair que acaba de mudar con ella a sus papás, en sus ochentas, y le cuenta que la vida en familia con ellos, hija única, había sido la de un campo de batalla, pues los papás reñían entre ellos permanentemente, a gritos, arrojándose objetos. El matrimonio duró 42 años, hasta que, a sus sesentas, la mamá pidió el divorcio. Tras veintitantos años de no verse, ahora la hija, que sin tomar partido no había dejado de verlos por separado, los mudaba a vivir con ella, los dos afectados de Alzheimer. Y entonces había sucedido algo asombroso. Reunidos en estas circunstancias, se simpatizaron a primera vista y pasan los días en la sala felices al comparar anécdotas del atroz matrimonio que cada uno había soportado, hoy agradecidos con Jan por presentarlos, lamentando no haberse conocido de jóvenes para haberse casado y haber llevado un matrimonio feliz, eterno.