En medio de la pandemia, la brutal crisis económica y la esperanza de las vacunas, vale la pena hacer una pausa y ver más allá de la coyuntura.
Símbolos y política. Toda lucha política comienza como una lucha por el control de los símbolos. AMLO ha ganado esa batalla impulsando como símbolo al pueblo. Un concepto polimorfo. Está al menos vinculado con justicia, combate a la corrupción e inclusión. Además, ha reforzado una determinada secuencia de los héroes y villanos. La combinación más interesante es Madero, el presidente mártir, espiritista, y Cárdenas el general, reformador social y constructor del Estado de la Revolución Mexicana.
El territorio. Cárdenas, guiado por una visión geopolítica, busca recuperar el territorio. La reforma agraria y su producto principal, el ejido, no se entienden si se ven sólo desde el ámbito distributivo. Aunque la vida campesina y el sector agropecuario florecieron, su propósito de fondo era recuperar el territorio de manos de los enemigos del proyecto reformador: los latifundistas, la Iglesia católica y las empresas petroleras. Dotar de tierras a los campesinos generó un vasto conjunto de ciudadanos, de consumidores y, sobre todo, de defensores del territorio nacional.
País fragmentado. Por territorios me refiero al espacio público, es decir, a los ámbitos de confluencia frecuentemente tensa y crítica entre los ciudadanos organizados o no, y los poderes, instituidos y los fácticos. La enorme desigualdad en el país se expresa en la fragmentación socioeconómica, pero también en las políticas, en el espacio electoral y en los ámbitos culturales.
Estamentos. Esta fragmentación configura una sociedad estamental, donde el éxito de la gobernabilidad autoritaria se basó en una eficaz administración de privilegios diferenciados por categoría social, que impedía, en general, acciones colectivas articuladas. Funcionó sobre la base del patrimonialismo –manejo diferenciado de los recursos públicos–, del corporativismo –encuadramiento de organizaciones a cambio de recompensas distribuidas entre las cúpulas y “chorreadas” en pequeñas cantidades a las bases– y de clientelismo –pingües ventajas a cambio de adhesión política.
Intermediación. Reconstruir el Estado y la sociedad exige diversas formas de articulación y de representación. Supone, sobre todo, un sistema de intermediación política. Ningún Estado puede prescindir de partidos, sindicatos, gremios, asociaciones. La función deliberante de la democracia requiere fortalecer poderes de control como el parlamento, la opinión pública, la intervención crítica de entes ciudadanos colectivos. Esa reconstrucción enfrenta tres obstáculos:
La prisa. Pensar en reformas puestas en práctica de manera vertical y sin deliberación es una idea cuyo tiempo ya pasó. Funcionó defectuosamente en el régimen autoritario. En el pluralismo algunos la añoran, pero es una ilusión. No va a funcionar.
La presa. No hay nada peor que caer presa de éxitos tempranos que se juzgan irreversibles. Nada es irreversible cuando se impulsan transformaciones que afectan intereses. Las reformas no son actos fundadores, sino procesos de deliberación y acuerdos.
La prosa. Una profunda desigualdad se encuentra en la base de políticas fallidas. No podemos jugar a mayorías y minorías parlamentarias como si tuviéramos una democracia consolidada. El ámbito partidista expresa sólo una parte pequeña de la pluralidad social. La crisis del corporativismo, el estancamiento económico y la inseguridad pública han fragmentado al cuerpo social. Necesitamos una prosa incluyente y eficaz para desmontar los mecanismos de la desigualdad.
N.B. Quiero expresar mi solidaridad con la indignación que causa el posible candidato de Morena como gobernador en Guerrero. Creo en el debido proceso, pero aquí no ha habido. La popularidad no puede estar por encima de la impunidad, ni el cálculo pragmático por encima de los valores.
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