De una manera innecesaria, ayer el Presidente de México se inmiscuyó desde su atril mediático mañanero en los muy difíciles terrenos de la candidatura de Félix Salgado Macedonio a gobernador de Guerrero. Pudo haber esgrimido, para no adentrarse en el tema, el explicable distanciamiento que Palacio Nacional debería tener respecto a los partidos, sus procesos internos y sus abanderados. Pero prefirió hacer una defensa de las encuestas de opinión y sus resultados, que en el caso en mención estarían avalando la postulación del senador guerrerense con licencia a pesar o por encima de las acusaciones de violaciones sexuales que se le han enderezado.
En una parte de su abordamiento del tema, fijó: “primero hay que tenerle confianza al pueblo, ¿no? La gente es la que decide. Si se hacen encuestas y la gente dice: ‘Estoy de acuerdo con esta compañera, con este compañero’, yo pienso que se debe respetar, porque la política es asunto de todos, no de las élites”.
En otro punto: “corresponde a la autoridad resolverlo y cuidar que no se utilicen estos casos con propósitos políticos-electorales o politiqueros pues, de que ‘no quiero yo que sea él, porque a mí me tocaba’ (...) Imagínense, asuntos que tienen que ver con violación, de ese tipo de acusaciones son muy fuertes, pero tampoco se puede hacer linchamientos políticos. O sea, dejarle el asunto, si es político, al pueblo para no equivocarnos: lo mejor es preguntar al pueblo primero” (https://bit.ly/3ubWEgS).
Las respuestas del Presidente de la República, cargadas del retintín de lo electorero, de las maniobras politiqueras de parte de quién sabe quién, generaron una inmediata reacción adversa en los segmentos que consideran inaceptable la postulación del mencionado político guerrerense y, en especial, en los segmentos del feminismo nacional que han librado intensas batallas y ahora se sienten vilipendiados por un político que en nombre de un amplio movimiento social, progresista, de izquierda, llegó a Palacio Nacional, pero parece estar sumamente distante de entender lo que significa la lucha feminista, y en particular la búsqueda de rechazo y castigo a acusados de violaciones sexuales.
El presidente de México arguye, con realismo jurídico, que no habiendo sentencia contra alguien no se le debe privar de sus derechos políticos, pero el tema va más allá de lo procesal penal y corresponde a lo partidista, a la buena fama pública, a la reincidencia en conductas violatorias.
El conocido talante conservador del Hombre de Palacio en ciertos temas, su rechazo a tomar definiciones respecto a asuntos delicados de sexualidad y su evidente empuje determinante hacia la candidatura de Salgado Macedonio ya impactaron, más de lo que en la cúpula de la llamada 4T suponen, la relación con el movimiento feminista nacional y sus aliados progresistas.
La designación de la diputada federal Dolores Padierna como candidata de Morena a presidir la chilanga alcaldía de Cuauhtémoc intenta (¿eres tú, Claudia?) extinguir el dominio de casi seis años que le fue otorgado al ahora senador Ricardo Monreal en esa demarcación donde fue jefe delegacional, sustituido por uno de los propios, Rodolfo González Valderrama, y luego mediante su promovido Néstor Núñez, hijo del ex gobernador tabasqueño Arturo Núñez. Néstor, por cierto, podría ir ahora por otro partido en busca de la relección, en un lance muy al estilo monrealista.
Cuauhtémoc es uno de los puntos urbanos con mayor concentración de negocios oscuros (o muy claros, conforme se vea) y de flujo de dinero en efectivo que suele llegar a las manos de los mandos administrativos o políticos. Ya hubo seis años de monrealismo, que en su momento desplazó justamente al bando de Padierna y su esposo René Bejarano; ahora viene la restitución del negocio, en un contexto de mayor presencia pública del citado Bejarano, que abiertamente está promoviendo candidaturas en Morena a nivel nacional, e incluso en ese horizonte podría él mismo aparecer como aspirante a una curul. ¡Hasta mañana!
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