Muchos lo aprendimos y descubrimos hace años. Ha sido olvidado por mucho tiempo, pero sigue ahí como un saber difícilmente controvertible. Puede formularse de distintas formas, pero podemos preguntarnos hoy por qué México continúa siendo un país en gran medida postrado y dependiente, que nunca desplegó un proyecto de desarrollo propio, como sí lo hicieron múltiples países asiáticos: la inacabable condición de ser colonia. Colonia territorial primero, colonia económica después. Ambas formas de colonialismo han sido reproducidas internamente por sus grupos dominantes durante toda su historia.
La reproducción histórica de los grupos dominantes, como agentes de la reproducción del sistema internacional de dominación y explotación de los mexicanos desposeídos, ha sido también, en consecuencia, la negación lisa y llana de la posibilidad de conformación de grupos dominantes con vocación nacional. De esos grupos nace una burguesía claramente incapaz de crear y realizar un proyecto nacional: su índole social profunda es ser engrane de las relaciones de dependencia construidas por el sistema colonial internacional, cuyo culmen en deterioro sigue siendo Estados Unidos (EU). Fuera de ese sistema se hallan Rusia y China y sus respectivas áreas de influencia.
En Asia sí hubo esos grupos con vocación nacional. No en América Latina (AL); tampoco en África en condiciones peores en general. Visiblemente, la globalización neoliberal intensificó la dominación y la explotación. Como nunca anteriormente, los partidos políticos y los gobiernos por todo el orbe se alinearon y fueron los gestores directos de la globalización, mediante “reformas estructurales” que dieron paso sin cortapisas a los capitales, erigiendo una desenfrenada explotación, despojando más aún a los desposeídos por siglos. En México comenzó con Salinas, el gran saqueador primigenio de los bienes públicos, y terminó con los gobiernos corruptos y desvalijadores de Fox, Calderón y Peña.
Presa de sus excesos inefables, el sistema se adentra en una crisis probablemente epocal. En ella tendrán un papel los agregados nacionales externos al sistema: China y Rusia. Recientemente, Dan Restrepo, ex asistente especial para asuntos del Hemisferio Occidental en el gobierno de Obama, dijo que “el estilo coercitivo de la diplomacia de Trump y su caótico mandato podrían ayudar a China a mostrar su fiabilidad comparativa como aliado de AL; la fiabilidad de EU como socio de buena fe en toda la región está muy cuestionada”. Y Shannon O’Neil, miembro senior de Estudios Latinoamericanos en el Consejo de Relaciones Exteriores de EU, opinó: “de cara al futuro, los latinoamericanos pueden verse atrapados en las hostilidades entre China y Estados Unidos de forma que aún no han tenido que elegir”. Dos modos de advertir que los latinoamericanos podemos estar frente a una bifurcación de caminos.
Frente a los excesos del sistema, se han levantado ya, en una primera ola intensa de empeños por cambiar las cosas, la Venezuela de Chávez, el Brasil de Lula, la Argentina de los Kirchner y de Alberto Fernández, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo Morales; y como vecino del vecino siniestro del sistema, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
El Estado en los países latinoamericanos vuelve a ser motivo punzante y urgente de exploración teórica y política. Los chief executive officer (CEO) que encabezaron los gobiernos de México durante el periodo neoliberal, gestionaron los asuntos de los negocios del capital “mexicano” y extranjero, enriquecieron a sus patrones con contratos corruptos, les evitaron pagar impuestos como debían y dieron la espalda rigurosamente a los desposeídos.
Los asalariados y todos los hombres y mujeres de la tierra deben organizarse para defender sus intereses. Las organizaciones actuales son escasas y la mayoría no está al servicio del trabajador. Hay aquí una tarea inmensa de trabajo político y organizativo. Y más allá de estas imprescindibles organizaciones de base, es irremplazable el partido cuyo trabajo sea organizarlos como clase; este nivel de organización no surgirá espontáneamente de los organismos de base.
Para ese trabajo, de repensar el Estado en el marco de una globalización en crisis, de discutir y decidir un rumbo para el futuro de México, de insistir en el trabajo de organización política del pueblo, sólo existe Morena. Pero está a la vista: una parte de sus miembros no son militantes de una causa por la superación de esta sociedad putrefacta, sino “políticos” a la caza de un cargo, a la búsqueda de escalar con la mira de satisfacer sus intereses codiciosos.
El Estado puede tener otros contenidos y una orientación distinta del horror neoliberal. Lo prueba el gobierno de AMLO. Pero existe aún un gran espacio para ampliar y fortalecer esos contenidos y orientación. Una reforma del Estado surgida de una base nacional/popular organizada. Es el reto de las izquierdas de Morena.