Ciudad de México. La escritora Fernanda Melchor, finalista del Premio Booker Internacional en 2020, explica en entrevista con La Jornada que sus libros son para “arrancar las capas, para pelar lo más que pueda de la cebollita de la violencia”, a través de preguntarse qué la origina, por qué se reproduce y nos cuesta tanto cambiar.
En su novela más reciente, Páradais (Literatura Random House), toca el tema de los fraccionamientos exclusivos que surgen arrasando ecosistemas y consumiendo recursos. “Se vuelven una pequeña ciudad feudal, un castillo donde viven los señores rodeados por un foso con cocodrilos. Quería hablar de lo que pasa cuando uno de estos lugares que construyen para sentirse protegidos es invadido por el mal que quieren evitar”.
El texto, sostiene Melchor, surgió cuando terminaba de escribir Temporada de huracanes, que sucede en La Matosa. “Platicaba con un amigo de Veracruz sobre la población original de la novela, una comunidad de pescadores de 30 personas que dejó de existir porque ahí se construyó un fraccionamiento con campo de golf en Boca del Río”.
Decidió que “iba a hacer una historia situada ahí con el fin de abordar el tema de la violencia, de la obsesión y de cómo el deseo se puede convertir en algo sumamente oscuro y egoísta”. También quería abordar un sitio habitado por personas desvinculadas de la comunidad. “Podría servir como símbolo, pues se vuelve una pequeña ciudad feudal. Hace algunos años, Umberto Eco hablaba de que vamos hacia una suerte de Edad Media de nuevo”.
La autora agrega que la “violencia es un potencial inherentemente humano. No la encuentras así de gratuita y con tantos elementos en ninguna otra parte de la naturaleza. Sólo los humanos somos crueles. Es un potencial que nos ha sido concedido por la evolución, porque nos funciona, nos ha hecho sobrevivir, pero al mismo tiempo hemos tenido que encontrar mecanismos para reprimirla, transformarla y protegernos de ella”.
Melchor (Boca del Río, 1982) menciona que la violencia “es algo completamente natural. Me interesa desnudarla, develarla. Escribo ficción sobre ella porque busco descubrirla en mí. Crecí en una familia disfuncional, donde había mucha violencia sicológica, también maltrato físico, pero sobre todo de palabras y humillaciones.
“Siendo mujer en un lugar como Veracruz y como México, experimenté sometimientos, violencias de toda clase, acoso; cosas que me hacían pensar qué clase de valor tiene la vida de una mujer en esta sociedad, qué garantías y derechos”, reflexiona la autora.
“Ya de adulta me descubro ejerciendo violencia, reproduciendo la que ejercieron contra mí. Es una tentación, algo que se siente compulsivo. No puedo proponer una solución, pero por el momento me interesa mostrarla, desnudarla.”
Entre la negación del deseo
La escritora refiere que el tríptico El jardín de las delicias, de El Bosco, la inspiró para escribir la narración. “Desde muy pronto sabía que iba a tener tres partes, entonces pensaba en cómo se lee un tríptico, cuál es el recorrido. Cuando ves esta pintura tus ojos siempre se dirigen hacia la mitad. Hay una cosa muy narrativa en el recorrido de la mirada.
Melchor destaca que a diferencia de Temporada de huracanes, “donde quería sumergir al lector en una realidad creada”, en su título más reciente deseó “construir una cierta distancia, donde también hubiera espacio para la ironía, tal vez para el humor negro y la burla.
“No se trata sólo de entender el contexto de Polo, por ejemplo, y de por qué hace las cosas que hace, sino que también hay una exhibición. Me han dicho que en mis libros todos los agresores son víctimas. Sí, pero eso no quita que sean agresores. Debía ser cuidadosa con el lenguaje, porque no quería que el lector perdiera que lo que está ocurriendo es terrible y que lo que está haciendo tal o cual personaje es una cobardía.”
Con su protagonista, Polo, sostiene la narradora, “quería construir a alguien que está más bien en este vértice de la negación del deseo. Quería hablar justamente de los engaños que nos hacemos nosotros mismos cuando incurrimos en faltas, pero le echamos la culpa a los demás.
“Es una espiral de culpa en la que Polo está sumido y trata de deshacerse de ella como puede, y la forma en que lo logra es esta de monólogo exterior que hace todo el tiempo. A veces se me figura que en Páradais es como si el diablo lo estuviera contando todo, un ser al que en el fondo le divierte un poco y siente lástima por los humanos, pero le parecen fascinantes.”
La cobardía, agrega Fernanda Melchor, “es otra forma de la violencia. Es mucho menos espectacular que la del asesino que hunde un cuchillo o que levanta un arma para meterle un balazo en la cara a alguien, pero es igual de terrible. Hannah Arendt habló de ella con su concepto de la banalidad del mal. Me parece particularmente dolorosa y muchos incurrimos en ella sin darnos cuenta, y nos lavamos las manos diciendo: ‘al menos yo no hago la violencia que hace Franco; yo no soy asesina’”.
La narración construye “relaciones no sólo desde lo espectacular de la violencia, sino sobre los fallos de la conciencia que como sociedad siempre tenemos. No quiero decir que esto esté ocurriendo sólo ahora. Como humanos, siempre hemos sido así. Tal vez uno de nuestros mayores vicios es no ser abiertamente violentos, sino serlo soterradamente. Es otra cara de la violencia”.