Comedia o farsa describe muy bien lo sucedido en el Congreso de EU la semana pasada, cuyo elenco fue encabezado por el líder republicano Mitch McConnell. La puesta en escena: el juicio al ex presidente Trump por haber incitado a sus congéneres a interrumpir el voto para calificar la votación de la elección del pasado mes de noviembre que culminó con el frustrado golpe el 6 de enero.
Se sabía que sería difícil condenar a Trump, ya que los senadores republicanos votarían por exonerarlo y no se alcanzaría el número de votos necesarios (67 de 100) para ello. A final de cuentas, sólo siete senadores republicanos, junto con 50 demócratas, lo encontraron culpable. Lo que pocos pudieron imaginar es que el senador Mitch McConnell, líder de la hoy minoría republicana, explicara tan cínicamente las razones de su voto para exonerarlo.
Durante la semana que el juicio se efectuaba, McConnell declaró que constitucionalmente no se podía juzgar a un presidente que ya no lo era y, por tanto, no era sujeto de un juicio para separarlo del cargo que ya no ostentaba. En otras palabras, el juicio era improcedente, o una farsa como muchos de sus compañeros de partido declararon. Consecuente con esa observación, el líder republicano votó el 13 febrero en contra de condenarlo. Independientemente de la dudosa validez jurídica de su argumento, la sorpresa vino cuando en una declaración posterior dijo enfáticamente que Trump sí había sido responsable del delito que se le acusó y agregó una serie de agravantes en las que el ex presidente incurrió. Sin embargo, dos semanas previas al cambio de gobierno, cuando Trump era aún mandatario, McConnell, siendo todavía líder de la mayoría en el Senado, se negó a proceder con el juicio con la excusa de que no había tiempo para celebrarlo.
Muy pronto se descubrió la razón para ese acto de transfiguración: las aportaciones y votos que el partido dejaría de recibir si los republicanos hubieran declarado a Trump culpable. Con su voto, McConnell apuesta, no por el respeto a la Constitución, sino a recuperar su liderazgo en el Senado en la próxima elección. Su doble rasero es de sobra conocido. Alguien ha dicho que no se le puede pedir a un político que no actúe como tal. Habría que agregar que la ética, la moral y la dignidad deben ser inherentes a la política. McConnell hubiera firmado gustoso lo que en alguna ocasión respondiera Gonzalo N. Santos cuando le preguntaron qué es moral y respondió: “moral es un árbol que da moras”.