Por decisión propia, en el lenguaje político de la senadora Beatriz Paredes no cabe el pasado; ninguno. Pero sí es prolija en hablar y dar su visión sobre el presente mexicano y del cual dice sentirse decepcionada y hasta triste.
Poseedora de una extensa trayectoria política siempre en las filas del PRI, no evade recomendar sobre el proceso electoral en puerta y el comportamiento de los actores políticos: “la ofensa es muy grave. Después de las elecciones el país continúa y nadie tiene derecho a que eso se olvide. Seguiremos en el mismo barco”.
Se reivindica de izquierda “desde siempre”. Lo refrenda –asegura– desde una senda trazada con su afiliación temprana al movimiento campesino del PRI, su formación académica en la UNAM y su apoyo a movimientos de liberación nacional en América Latina, entre otras acciones.
Pero esa larga trayectoria y lealtad partidistas y a los gobiernos, en los que ha sido desde gobernadora de su natal Tlaxcala, embajadora, varias veces legisladora y hasta líder nacional, no pueden ser temas de entrevista, según condición para dialogar con La Jornada.
Desde su perspectiva, en 2018 la gente no votó por una revolución, sino por un cambio en el contexto del sistema democrático que respeta las garantías individuales y sociales. Y para hacer mejor las cosas, “en una realidad mundial de economía mixta y de mercado. No es porque me guste o no. Así es”.
Tras esa definición, la senadora Paredes lanza enseguida: una estrategia de polarización “tiene funcionalidad y es pertinente para un líder político, pero no en un gobernante cuya función es trabajar para y con todos; con su propia visión y tendencia sí, pero con todos sentados a la mesa y atención equitativa”.
También señala haber cifrado expectativas en el primer gobierno “abiertamente de izquierda” después del régimen de Lázaro Cárdenas. Pero admite sentirse decepcionada.
–¿Cuál es su visión actual del país?
–Me da tristeza, pero al margen del desencanto, imaginaba un robustecimiento de los poderes y mayor equilibrio entre éstos; esperaba avances y planteamientos sugestivos del progresismo contemporáneo. Y hasta ahora no he visto eso.
“No creo que el centralismo sea una opción eficiente ni funcional para un país de 126 millones de habitantes, tan diverso y con tantas regiones. En los temas trascendentales, las cosas no caminan como hubiera imaginado, y en las cuestiones de coyuntura y eficacia no veo los resultados pertinentes.
–¿Se refiere al modo de gobernar?
–Advierto una vuelta al centralismo, e incomprensión a los estados y municipios. Esto me sorprende sobre todo por los antecedentes de un político local en el gobierno. Me azora la falta de apoyo al campo y a la pesca. Se desaparecieron programas cruciales para la producción y la alimentación. Me resulta un planteamiento muy incompleto que todo se piense resolver con transferencias monetarias reducidas y sin atender el conjunto del proceso productivo. Insisto, esperaba otras cosas.
–¿Ve entonces una actuación distinta al proyecto ofrecido?
–El punto central es si la gente votó por una revolución o por un cambio dentro del sistema democrático. A mí me quedó claro que el mandato fue transformar dentro del marco de la Constitución.
“Cuando se hace una revolución, primero hay que generar un nivel de acuerdo que permita implantarla y luego tener un equipo que comparta la visión, la perspectiva. Y aquí (en el actual gobierno) yo no veo eso, sino un grupo muy heterogéneo, con trayectorias y biografías muy disímbolas.”
–¿Existen en México los márgenes de maniobra históricos y geográficos como para hacer una revolución socialista?
–No lo sé. Tengo mis dudas. Me parece que el camino y la sociedad son mucho más plurales y complejos para ubicar soluciones en esquemas a los que la historia no les dio viabilidad. Creo que debe generarse un modelo mexicano, consciente de esta realidad y de una articulación internacional.
–¿Cómo percibe a la sociedad mexicana?
–No entiendo a nadie que pretenda gobernar para polarizar a su sociedad. El dirigente político se concentra en atender a su corriente o a sus partidarios, pero eso no es pertinente para quien gobierna a una sociedad donde rige el derecho.
“Y eso no cancela la opinión política de los gobernantes, pero sí delimita cuáles son sus alcances y precisa sus obligaciones.
“Por eso insisto: es esencial recuperar la agenda del diálogo, que no supone para ninguna de las partes abdicar de principios y propósitos, sino exponer razones, convencer a los otros y generar acuerdos.
“Este país es muy fácil de polarizar, lo difícil es conciliar. El gran desafío es lograr la incorporación de quienes requieren más oportunidades y recursos, pero sin la fantasía de que se debe eliminar a los otros porque entonces eso sí genera una gran crispación e inviabilidad en el curso del tiempo.”
–¿Cómo anticipa el escenario de las elecciones de junio?
–Primero hay que garantizar la legalidad de la elección. Es fundamental que el gobierno saque las manos de los comicios.
“Simplemente que se apliquen a sí mismos lo que siempre exigieron de otros partidos políticos cuando no estaban en el poder. Y por supuesto, respetar los resultados.
“Enseguida, garantizar la autonomía y el respeto a los órganos electorales constituidos. Me parece incomprensible la embestida periódica al Instituto Nacional Electoral, institución que costó muchísimo esfuerzo construir y que sin duda es perfectible.
“Sería muy saludable, sobre todo, que hubiese respeto y no se utilizara la estigmatización o la descalificación como soporte para el discurso político, porque tras los comicios todos seguiremos en el mismo barco; uno que está enfrentando la terrible tempestad de la pandemia y con mástiles debilitados por la crisis económica.
“Son demasiados problemas para que a todo ello adicionemos una contingencia electoral.”