Nueva York. Donald Trump fue absuelto de “incitar la insurrección” contra el gobierno de Estados Unidos al concluir su segundo juicio político, tal como se había pronosticado, a pesar de la abrumadora evidencia presentada durante cinco días, un resultado sólo explicable porque éste no fue un proceso judicial ante un jurado imparcial, sino un proceso político.
El voto final fue de 57 contra 43 que declararon a Trump culpable, con siete republicanos que se sumaron a los 50 senadores demócratas. Se requiere dos tercios del Senado (67) para declarar culpable a un presidente. “Donald John Trump no es culpable… y es absuelto”, proclamó el senador Patrick Leahy, quien presidió el juicio.
Trump festejó su triunfo, denunció el juicio como “otra fase de la cacería de brujas más grande en la historia del país” y ominosamente escribió que “apenas estamos empezando”.
Por ahora, la impunidad que representa este veredicto y la continuación de la amenaza política es la respuesta a la pregunta presentada a los senadores por Jamie Raskin, jefe del equipo de fiscales-diputados, con la cual inició y concluyó este juicio político: “¿Esto es Estados Unidos?”
“¿Quiénes somos nosotros?”
“Este juicio no se trata de quién es Donald Trump. Todos saben quién es Donald Trump. Este juicio se trata de quiénes somos nosotros”, afirmó Raskin al concluir los argumentos de su equipo de fiscales en el caso contra el ex presidente.
Raskin y algunos de sus ocho colegas del equipo de fiscales-diputados resumieron la evidencia que presentaron durante varios días en este juicio, en los que repitieron lo esencial: que durante meses el presidente cultivó, convocó y lanzó a una turba violenta para descarrilar los resultados de la elección presidencial del 3 de noviembre, culminando con el asalto al Capitolio para interrumpir la verificación del voto electoral el 6 de enero.
Recordaron que ese asalto impulsado por el presidente resultó en cinco muertes y más de 140 policías heridos, y puso en riesgo las vidas de todos los legisladores federales, incluyendo los senadores ahora convertidos en jurado, así como a su propio vicepresidente, Mike Pence.
Acusaron que con ello “traicionó” al país, a la democracia y la seguridad nacional de Estados Unidos. Y más aún: que si no era declarado culpable, continuará representando una amenaza para el país. Recordaron que jamas se había interrumpido la transición pacífica del poder y que no existe ningún precedente de un presidente que haya incitado a una insurrección violenta contra el gobierno de Estados Unidos.
“¿El país honrará la transición pacífica del poder… restauraremos el honor del Capitolio?”, preguntó Raskin. “¿El Senado condonará el ataque violento del presidente contra este edificio y los que trabajan en él?” “¿Este es el futuro que desean nuestros hijos?”, preguntó. Suplicó: “Trump tiene que ser condenado, por la seguridad y la democracia de nuestro pueblo”.
La defensa de Trump, en sus conclusiones, reiteró que todo lo presentado por los fiscales era “mentira” y su cliente “es inocente del cargo”, y que todo es parte de un esfuerzo para “reprimir la libertad de expresión” de Trump y sus seguidores, fruto del “odio político”.
“Campeón de la ley y el orden”
Insistieron en que su cliente es campeón de “la ley y orden”, mientras los que promueven y justifican las manifestaciones violentas –de “izquierdistas” y “anarquistas violentos”– fueron los demócratas durante las protestas del año pasado. Acusaron a los fiscales de “hipocresía” y reiteraron que “festejaron la violencia” de manifestantes de izquierda.
Más aun, acusaron que se violó la libertad de expresión, el debido proceso de su cliente y que mucha de la evidencia fue “fabricada” por los fiscales.
El juicio, señalaron, sólo fue la prolongación de “una vendetta política” contra Trump para lograr el objetivo de los demócratas desde hace cinco años: “anular a un outsider independiente” y frenar la posibilidad de que Trump busque de nuevo la presidencia.
La estrategia trumpiana de acusar a sus acusadores de lo mismo que lo estaban acusando fue el guion de sus abogados y del hoy exonerado, quien rompió su inusual silencio público.
Trump, al concluir su juicio, emitió una declaración festejando su victoria. Y como para comprobar las advertencias del equipo de diputados-fiscales a lo largo del juicio, de que si el ex mandatario no era condenado continuaría representando una amenaza para la democracia de este país, Trump señaló su intención para retornar al escenario político: “Nuestro movimiento histórico, patriótico y bello de hacer a Estados Unidos grande otra vez apenas ha empezado”, agregando que en los próximos meses continuará “nuestro viaje increíble para lograr la grandeza americana para todo nuestro pueblo”.
Y no sólo rehusó condenar la violencia que desató ese 6 de enero, sino que culpó a los demócratas de ser la gran amenaza al país: “Es un triste comentario de nuestros tiempos que se permita a un partido político en Estados Unidos denigrar el imperio de la ley, difamar a las fuerzas de seguridad pública, exaltar a turbas, justificar a alborotadores y transformar la justicia en un arma de venganza política, y perseguir, colocar en lista negra, cancelar y suprimir a toda gente y opiniones con que los que no están de acuerdo”.
Pero para los republicanos no era la evidencia, sino el cálculo político lo que imperó en este juicio. Y sus votos comprobaron que no estaban evaluando las pruebas, sino las aguas políticas. La mayoría de ellos, con su voto, confirmaron que Trump, o por lo menos el trumpismo, sigue siendo una fuerza sumamente poderosa en su partido.
Batalla interna
Este juicio sólo intensificó una batalla dentro del Partido Republicano en torno a Trump. Aunque el líder de la bancada republicana en el Senado, Mitch McConnell, votó no culpable, denunció al ex presidente y declaró ante el pleno después de la conclusión del juicio que “no hay duda, ninguna, de que el ex presidente Trump es en la práctica y moralmente responsable de provocar” el asalto al Capitolio, al señalar que “una turba estaba asaltando el Capitolio en su nombre”.
No sólo eso, sino que al explicar que su voto contra la condena Trump fue por una cuestión legal (pues no se puede hacer un juicio político contra alguien que ya no ocupa un puesto público) subrayó que Trump puede ser sujeto a procesos legales criminales en tribunales, ahora como ciudadano ordinario, por lo que hizo en el puesto, y subrayó que los ex funcionarios no gozan de inmunidad ahí, afirmando que “no se ha escapado aún”.
También vale señalar que el voto de 57 por condenarlo es la primera vez desde 1868 que una mayoría del Senado vota a favor de sentenciar a un presidente en un juicio político, como también el mayor número de disidentes de un partido en pronunciarse por castigar a su jefe.
El líder de la mayoría demócrata del Senado, Charles Schumer, atacó ante el pleno después del veredicto a los republicanos (con la excepción de los siete), al señalar que “el 6 de enero vivirá como un día infame”, agregando que para los 47 republicanos que no condenaron a Trump “es un voto infame” con el cual “optaron por Trump sobre su patria”.
El juicio sobre el responsable de una intentona de golpe de Estado, incluyendo el asalto más violento del Capitolio en dos siglos, ha culminado, pero apenas inicia la evaluación de las implicaciones políticas de todo esto para Estados Unidos y su sistema político, opacado por ahora ese “faro de la democracia”. Y aún queda en el aire ese pregunta: ¿Esto es Estados Unidos?