Si empezáramos a usar las palabras con su sentido correcto, diríamos que no sólo de pan, sino de alimentos, vivimos, alimentos que alimentan como su nombre indica, y no de comestibles que se pueden comer, pero no alimentan. Y si desde la escuela primaria volviera la enseñanza del idioma nacional (y de una lengua indígena además de la opción de lengua extranjera) se reforzaría la cultura propia y la universal, nuestra capacidad de comunicarnos y de pensar, porque las palabras son las herramientas del pensamiento y del razonamiento. De este modo, las nuevas generaciones redactarían leyes para ser interpretadas gramaticalmente (y no según la subjetividad de quienes las invocan y aplican), y la política se expresaría con meridiana claridad antes de ser implementada y los ciudadanos podríamos reclamar cosas concretas en vez de emitir consignas, a gritos o en carteles, que con frecuencia se expresan de modo idéntico en grupos con ideologías diametralmente opuestas.
Indígena y no “indio”, culinaria o cocina y no “gastronomía”, comestible y no “comida chatarra”, evitaría que las palabras indefinidas sean parte de discursos que al final pueden ser manipuladas según el impacto social, económico, cultural que se busque. Porque llamar a dos fenómenos esencialmente distintos con la misma palabra no sólo no es banal, sino manipulador, incluso si detrás del discurso existe buena fe. Al pan pan y al vino vino es un dicho centenario, con equivalentes milenarios en filósofos desde griegos a chinos, porque las palabras adecuadas esclarecen la realidad, son justas porque no se prestan a interpretaciones ni maliciosas ni beneficiosas y en cambio permiten los debates usando niveles superiores del pensamiento.
Ejemplos de las vacilaciones del discurso, de buena fe estoy segura, que promueven algunos programas de la 4T, pero que en la práctica se desdibujan, deforman y terminan siendo lo contrario de la intención original, serían: 1) El de los Jóvenes Construyendo el Futuro que ha terminado por ser encauzado hacia el sector terciario y no productivo, con subvenciones del gobierno pero un aprendizaje nulo, en vez de haberlo enfocado hacia los oficios nobles en vías de desaparición como peleteros, orfebres, ebanistas, ceramistas, labriegos neorrurales , entre muchos más oficios educativos, formadores de la persona y más motivantes que los de demostradores o cajeros en tiendas multiservicios. 2) Los campesinos de Sembrando Vida que, paradójicamente, para reforestar con monocultivos de árboles frutales y maderables, a veces deforestan incluso selva, como en regiones de Chiapas, en vez de haberlos encauzado hacia la sanación y recuperación de suelos agotados, para reaprender la siembra ancestral de policultivos y no sólo producir sus propios alimentos, sino abastecer el mercado interno. 3) Los trenes, cuyo proyecto pretende comunicar comunidades históricamente marginadas (cosa que aplaudo), que crearán empleos puntuales durante su construcción, pero sin que se pretenda incluirlas en los beneficios de una explotación turística autogestiva para controlar los conocidos excesos depredadores del turismo internacional. Tres proyectos cuyo lenguaje impreciso ha permitido desviar las buenas intenciones y consolidar el sistema neoliberal del que el Presidente pretendía deslindarse, pues los apoyos económicos para estos tres programas van a parar a las arcas de la agroindustria de comestibles que es privada y sólo incrementan las ganancias del capital.
No bastan un bonito título para un programa social ni la lucha contra las cadenas de corrupción: es necesaria la imaginación y la capacidad creativa comprometida de quienes los implementan.