De la prolífica trayectoria artística del cineasta francés Benoît Jacquot se conocen en México un puñado de realizaciones (Tres corazones, 2014; Tosca, 2001, entre otras), exhibidas en su momento en la Cineteca Nacional. La distinción principal de este director ha sido la adaptación, a menudo demasiado fiel, de obras literarias clásicas y piezas de teatro modernas. Esa predilección le ha permitido navegar, con gran libertad, entre la televisión y la pantalla grande. Asistente de dirección de Jacques Rivette y admirador de Robert Bresson, de quien ha emulado la sobriedad estilística y los apuntes minimalistas, Jacquot imprime un sello de calidad a sus adaptaciones de novelas célebres (Las alas de la paloma, 1981, de Henry James, o La escuela de la carne, 1998, de Yukio Mishima). Su versión fílmica de Los monederos falsos, novela de André Gide, no es una excepción a esa regla, por mucho que su destino final haya sido la televisión (France 2). Al respecto, el cineasta llegó a declarar en un festival de cine: “A diferencia de mis colegas, jamás he hecho una diferencia entre mis películas para el cine y mis cintas para la televisión. En ambos casos, el gesto es siempre el mismo”.
Es evidente que en los tiempos actuales en que la interminable contingencia sanitaria global ha trastocado las certidumbres del público cinéfilo, colocando en un primer plano a las plataformas digitales y a la televisión, muy por encima de las tradicionales salas de cine, será inevitable atender, con óptica nueva, a la variedad de propuestas accesibles a través de la pantalla chica, y al rescate ocasional que esas mismas plataformas hacen de películas antes desdeñadas u olvidadas. Es por lo demás evidente que la oferta será siempre desigual en materia de calidad artística, pero de modo apenas distinguible de lo que solía ofrecer la vieja cartelera comercial. Y ya sin tantos apremios mercantiles, tal vez pueda incluso esa oferta digital deparar mejores sorpresas. Al público cinéfilo corresponde ahora explorar en plataformas y redes digitales y encontrar ahí lo que la falta de exhibiciones públicas tanto le escatima.
Los monederos falsos (2010), de Benoît Jacquot, es una sólida invitación a descubrir o releer la novela homónima de André Gide escrita en 1925. A partir de la historia de dos amigos adolescentes, Olivier (Maxime Berger) y Bernard (Jules-Angelo Bigarnet), y del escritor Edouard (Melvil Poupaud), tío del primero y figura tutelar del segundo, la película muestra el accidentado proceso de formación intelectual y moral de Bernard, quien luego de descubrir tardíamente su condición de bastardo, desprecia a su padre impostor, abandona su hogar, y decide vivir de modo independiente para demostrarse que es capaz de triunfar sin dinero y asumiendo una vocación artística hasta entonces desestimada por su familia. Su amigo Olivier lo apoya en ese empeño, mientras el tío Edouard lo adopta como secretario particular, al tiempo que le facilita el contacto con un mundo periodístico y literario, cuya frivolidad e intereses turbios lo perturban en un primer tiempo, para luego poner a dura prueba su decisión artística y su temple moral.
El relato se elabora a partir de los hechos que consigna el novelista Edouard en su diario íntimo. Es él a la vez el depositario del cariño desmedido que le profesa su sobrino Olivier y de las solicitudes y renuencias de su asistente y discípulo Bernard, quien pronto descubre en el escritor una suerte de padre sustituto o director de conciencia. Con unas cuantas pinceladas, el realizador observa el ambiente bohemio parisino de los años 20, donde confluyen las vanguardias literarias (el “banquete de los argonautas” presidido por un estrambótico Alfred Jarry) y el frenesí modernista que tanto agobia al joven Bernard. Ese mundo de engaños y simulaciones (los monederos falsos del título) lo lleva a buscar en su mentor las claves necesarias para recomponer los lazos afectivos perdidos. Reconstruir en la amistad pasional un círculo doméstico basado en la sinceridad moral, escribir la novela ideal inspirándose en la forma clásica del siglo XVII francés. El eventual regreso del hijo pródigo al hogar paterno tendrá la huella de su frote con la mundanidad artística, de su goce de una sensualidad ilícita, y de esos “alimentos terrestres” a los que André Gide alude en otro texto y que ahora el cineasta Benoît Jacquot explora con un interés y una fidelidad sorprendentes.
Los monederos falsos está disponible en la plataforma Amazon Prime Video.