¿De quién es la fiesta de los toros? Pareciera que de nadie, dado el silencio de los sectores taurinos de México, preocupados desde el comienzo de la plandemia más que de la suerte del espectáculo de no molestar ni con el pétalo de una petición a ninguna instancia de gobierno, no se diga con una propuesta tan sustentada como urgente. Pareciera también que la consigna es no hacer olas, menos insistir en la necesidad de dar festejos presenciales con todos los requisitos sanitarios que se quieran. Pareciera, en fin, que hay intereses comunes entre las élites política y taurina como para afectar su relación con demandas inoportunas, incluso en los estados donde se declaró a la tauromaquia patrimonio cultural inmaterial.
Pero si antes de la pandemia la fiesta de los toros ya acusaba signos graves de debilitamiento, no por la labor de antitaurinos y politicastros, hay que repetirlo, sino por la terquedad de la élite taurina, cuyos criterios de empresa familiar impidieron enderezar con oportunidad el espectáculo en todos sus frentes, al haber preferido mansedumbre, docilidad, amiguismo y dependencia a la emoción de la bravura sin adjetivos del toro mexicano. En su voluntarismo, redujeron el espectáculo a unos cuantos toreros-marca importados y a unas cuantas figuras-cuña nacionales, despojando a la función de su sustento ético a partir de un rigor de resultados en lo económico y de rivalidad en lo artístico. Al paciente público, desinformado y deformado como nunca, sólo le quedó dejar de asistir a las plazas ante tan pobre y predecible oferta. Ahora, tras haber descuidado el producto a vender –toros bravos y toreros entregados–, se sorprenden de que no haya patrocinadores para transmitir corridas y novilladas por televisión. El confinamiento no ha reducido la pandemia, pero ha lesionado la economía de amplios sectores, renuentes a presionar a la autoridad para poder ofrecer servicios y espectáculos con los protocolos sanitarios que se quiera.
Teniendo productos atractivos y vendibles (dos equipos profesionales de futbol americano compitiendo por el campeonato), en Estados Unidos no tuvieron inconveniente en autorizar y celebrar, en plena pandemia, el Supertazónen un estadio con 75 mil localidades y una asistencia restringida de 22 mil espectadores, pagando 200 mil pesos y más por un boleto. El resto, más de 96 millones de aficionados suficientemente informados e interesados, lo pudieron ver por televisión. Eso es hacer negocios a partir de una filosofía de servicio y de un manejo profesional de la relación público, producto y espectáculo. Lo demás, cincos de febrero con aniversarios mitoteros.
La Gaceta Taurina (www.bibliotoro.com) de enero, primera revista electrónica taurina en el mundo, que dirige el prestigiado bibliófilo Salvador García Bolio, recuerda al escritor y cronista taurino Pepe Alameda (Madrid, 24 de noviembre de 1912-Ciudad de México, 28 de enero de 1990) con un espléndido trabajo de la filóloga e investigadora Ana Coleto Camacho, titulado Tres cartas inéditas de Carlos dirigidas a García Lorca. Este Carlos no es otro que Fernández Valdemoro, nombre y apellidos reales de Pepe Alameda, cuyas misivas a Federico revelan la amistad y afinidad literario-taurina de ambos autores. Lectura obligada.
Otros interesantes textos en esta Gaceta Taurina corren a cargo de Sara Lucía Aulestia, acerca de los toros y los niños; de Fernanda Haro y García Bolio, a caballo entre la dimensión táurica y la taurina, y sobre Alameda también lograron colarse El Bardo de la Taurina y Páez. Reflexión impresa al alcance de un botón.