Nadie pone en duda que el lenguaje es la base de la comunicación humana, que nos permite expresarnos y comprendernos, vivir en comunidad. En México usamos el español, uno de los idiomas con más hablantes en el mundo y, además, tenemos alrededor de 68 lenguas originarias. Somos un país privilegiado al contar con esa riqueza lingüística.
La conquista de Tenochtitlan que hace 500 años empezó la destrucción de gran parte de la cultura de estas tierras, trajo entre las cosas positivas el español, que nos permite comunicarnos en todo el territorio, excepto con algunas minorías que sólo hablan su lengua nativa. Es sabido que esos hablantes conservan más fuerte sus lenguas originarias y su cultura cuando son bilingües y pueden exigir y defender su derechos.
Hace 146 años nació la Academia Mexicana de la Lengua con el lema: “Limpia, fija y da esplendor”. No obstante su edad, tiene gran vitalidad, como la lengua, es un organismo vivo. Es sorprendente conocer la actividad que realiza, ya que el español de México, debido a la enorme diversidad cultural de nuestro país, tiene características muy propias.
Han pertenecido a ella connotados filólogos, gramáticos, filósofos, ensayistas, poetas, novelistas, historiadores y humanistas. Actualmente posee 36 sillas de número para sus miembros en activo; puede elegir hasta 36 individuos correspondientes y cinco honorarios.
Tras la restauración de la República vino un periodo de estabilidad política que dio a la academia la oportunidad de desarrollar una prolongada y fructífera vida y de contribuir en la construcción de la identidad lingüística de los mexicanos. A partir de 1876 se comenzaron a publicar los primeros volúmenes de sus Memorias, que dan fe del trascendente trabajo realizado.
Entre sus numerosas actividades destacan sus sesiones semanales, privadas y públicas; participan en la formación de diccionarios de lengua castellana y de mexicanismos, en comisiones de diversos temas entre la que sobresale la de lexicografía. Una actividad muy útil a la sociedad es la atención de consultas sobre cuestiones del lenguaje.
De la importancia de su labor nos hablan las obras que publican, por falta de espacio menciono las más relevantes: está por salir una edición totalmente nueva del Diccionario de mexicanismos, obra fundamental para conocer las rutinas y los hábitos lingüísticos que otorgan identidad a los mexicanos. Otro libro destacado es el Refranero. Entre las diversas colecciones hay una digital y, por supuesto, un sitio electrónico que ofrece información institucional y obras de consulta lingüística en línea de acceso gratuito.
Esencial, particularmente en estos tiempos en que se estudia en casa, es el diccionario escolar, que ahora actualizan, que contiene todas las voces incluidas en los libros de texto gratuito y muchas más.
Actualmente dirige la institución el escritor y profesor universitario Gonzalo Celorio, quien ha traído savia nueva, no obstante los difíciles tiempos de pandemia. Además de mantener vivas las actividades académicas y las sesiones semanales, logró recuperar –tras un complicado litigio– la antigua sede que estaba rentada. Ahora la hermosa casona del siglo XVIII está en plena renovación y cada día retoma su antiguo esplendor.
En estilo barroco luce una elegante fachada recubierta de tezontle color vino, con marcos de cantera bellamente labrados en la portada, balcones y ventanas. Dentro hay dos patios; del principal, de generosas dimensiones y rodeado de columnas de cantera que sostienen el segundo piso, se desprende la señorial escalera.
Su amplitud permitirá resguardar los 55 mil libros que integran la biblioteca, la sala de plenos, un auditorio para 100 personas, sala de lectura y las oficinas para el trabajo de las comisiones.
Se encuentra en el corazón del Centro Histórico, en Donceles 66, misma vía donde está la sede de El Colegio Nacional y buena parte de los añejos establecimientos que venden libros antiguos y viejos. Se dice que es la calle con el nombre más antiguo, aunque por las instituciones que alberga se podría llamar Del Pensamiento Nacional.
Ahí también se encuentra el Café Río, que conserva los mismos murales, mesas y buen aromático que disfrutamos los preparatorianos de San Ildefonso hace medio siglo.