Ante casi cualquier movimiento del gobierno surge inmensa barrera de fogosos cuestionamientos. Se pretende interrumpir o clausurar la ruta adoptada. Los bocinazos han permanecido aun cuando información válida los haya contradicho. En este ambiente, las razones han dejado lugar a una serie de posverdades que, en la difusión al menos, se pretenden asentar como supuestos firmes y certeros. Se da forma y ambiente a las célebres resistencias al cambio.
A falta de resonancia entre la amplia base ciudadana del discurso opositor, no sólo incrementa su frecuencia, sino también la grandilocuencia. Todo el paquete lanzado al aire se envuelve en imágenes finales, tremendas, terminales. Lo peor que se pueda imaginar estará condicionando el presente. La condena sobreviene entonces desde las más variadas trincheras y fuentes. Los más variados respaldos surgen en auxilio de la oposición. La tragedia, además de inminente, rayará en catástrofe para aquellos que contradigan, desprecien o simplemente desoigan los racionales alegatos críticos. Se confía en que la ciudadanía terminará por aceptar la mala gestión pública denunciada. Poco a poco, esperan, se penetrará en la conciencia colectiva y abarcará todos los confines sociales. Llegará, basada en el golpeteo, a convertirse en verdad común o, sus impulsadores, morirán (socialmente se entiende) en el intento. Se pretende, en resumidas cuentas, espantar con el célebre y vetusto “petate del muerto”.
Así, la vía oficial de combatir la pandemia se presenta, no sólo como coja estrategia, sino grave error criminal. No es aceptable verla como imposición divina ni ineludible fenómeno natural, se sostiene. Es, eso sí, dicen con premura, el resultado de una serie de graves cálculos fallidos, mal diseño y tontas previsiones de un vanidoso individuo: el doctor López-Gatell. Es él quien concita las condenas más encendidas del coro de difusores a los que, ahora, se añade insidiosa propaganda partidaria. Se busca dejar establecido el gran fracaso del combate al virus asesino por parte de un gobierno que no acepta su culpa y responsabilidad en esta evitable tragedia. En esta serie de alegatos se desprecian varios asuntos que disipan la base misma de sus razones y las hacen nugatorias. Las comorbilidades, causas eficientes de las muertes pandémicas, se desechan o minimizan. No hay país en el mundo que padezca esa otra y cruenta pandemia, la obesidad generalizada. Y con ella, las derivadas afectaciones adicionales: en riñones, diabetes, defensas y demás. El previo desastre heredado del sistema de salud tampoco se interioriza. La carencia de técnicos, especialistas y demás cuerpo de apoyo asistencial, incluyendo ambulancias, tanatorios, camas o respiradores, recibe disminuida atención o seria reflexión causal. La conducta de la sociedad, como causal básica de contagios, sólo a fechas recientes se ha analizado. La repetición, hasta la nausea, de la numerología de muertes y enfermos, va dejando una estela de dudas a la vez que propicia angustias y miedos. No ocultan que por esa vía doblegarán la resistencia de sus auditorios. El millonario número de aquellos que superaron su estancia hospitalaria poca atención merecen. Las vacunas se han convertido en terreno de disputa enardecida. Piensan que han sembrado recias dudas sobre su número, compra y efectividad. Sólo hay dichos presidenciales, sostienen y repiten.
La concomitante tragedia económica que se empareja con la pandemia es otro asunto de perfiles grotescos. El adelanto de una caída de sólo 8.5 por ciento del PIB (Inegi) amortiguó los pronósticos de crisis mayores a 12 por ciento o incluso 15 o 18 por ciento que pastaban por doquier. La compra de dólares en efectivo desató alarmas rayanas en histeria. El Banco de México pidió auxilio y acudieron a su llamado autoridades y medios extranjeros. Tan simple tentativa debió de canalizarse, de inmediato, en diversas maneras y responder a los dólares flotantes. Las respuestas que últimamente se han armado (SHCP) van por el camino adecuado. A últimas fechas, el envío de una iniciativa energética viene causando un alboroto basado en falsedades rampantes: el gobierno se opone a las energías limpias, (cuando es el principal generador de ellas). Intenta AMLO otra vez volver funcionales los monopolios de Pemex y CFE, concluyen falsamente. Lo que se soslaya con cinismo es el fondo real del problema existente: la colección de indebidos negocios que se hicieron, todavía subsisten y persiguen continuar, en el sector eléctrico. Por ellos, la salud financiera de CFE peligra. No obstante, los voceros de la oposición levantan el muro de incapacidades y tragedias que llegarán más allá de las fronteras. Llaman, en auxilio del T-MEC, al presidente Biden y una colección de analistas expertos en refuerzo de sus urgencias. Un somero, triste e inefectivo uso del petate del muerto.