En mi carpeta de “favoritos” guardo la crónica titulada “La tecnología, tan eficaz como una pócima para acabar con la soledad de los amorosos”, publicada hace 20 años por la poeta y periodista mexicana María Rivera (https://www.jornada.com.mx/2001/07/06/02an1cul.html).
Sugestiva (y quizá vigente), la crónica trata del “auge de los negocios que ofrecen encontrar a una ‘media naranja’”, y de la actividad de una asociación civil que fomentaba las relaciones humanas “y no un simple medio de ligue”.
Con precios módicos y menú de uno a cinco estrellas (citas para conocer prospectos, buzón de amigos, método confidencial, catálogo de solterxs, etcétera), la asociación organizaba cena y baile los viernes por la noche, en un restaurante de la colonia Condesa.
Sobra recordar que en aquella época, fuera del neoliberal no circulaba virus mortal alguno y tampoco se guardaba “sana distancia”. Una precaución que, paradójicamente, también mata aunque de aburrimiento. Pero hoy, amar, buscar o cuidar al otro, exige guardar “sana distancia”, y no hacerlo es criminal.
Indignan, por ello, los que embisten contra los “protocolos” de seguridad sanitaria, con seudoargumentos que revelan inconsciencia, estulticia y confusión. V. gr.: “El ‘arte de morir’ (sic) es parte central del ‘arte de vivir’ (sic). Es inaceptable privarnos de la capacidad de morir con dignidad, como se hace hoy con quienes mueren en un hospital (sic)”.
¿Aliviará eso a los que, de súbito, pierden a sus amadxs y el “protocolo” impide prodigarles la última mirada, la última caricia, el último beso? Hay que insistir en la dimensión del drama en curso. Tan sólo en México, los 167 mil fallecidos desde que empezó el Covid-19, equivale a que por espacio de un año, se hayan caído todos los días dos aviones con 230 pasajeros cada uno.
Luego, los que con cruel y calculado valemadrismo subestiman la tragedia, manifestando preocupación por “la economía”. O sea, por sus negocios. Porque si el drama de la salud pública marcha a la par del económico, restan pocas dudas que “la construcción discursiva del capitalismo se constituye en un ‘rechazo del amor’” (Jorge Alemán, Página/12, 8/8/20).
Alemán observa que el amor que se rechaza en el capitalismo es “el amor por lo común (patria, educación, medio ambiente, derechos de la mujer)… que lleva el odio hacia aquello que en lo común intenta introducir justicia e igualdad”.
Añade: “El capitalismo opera en la dimensión del presente absoluto. Y ahora, esta pandemia pone a prueba definitivamente hasta dónde puede llegar el rechazo del amor por lo común. ¿Una civilización que no ama aquello que tiene en común merece sobrevivir?”
Termina diciendo: “Debajo de la grieta política, en su fondo más insondable, se dibuja una gran fisura ética en el acontecer de lo humano. Asumir esta cuestión es el primer paso para atravesar la indolente barbarie de los representantes oligarcas que rechazan el amor y propagan el odio irresponsable”.
En sintonía, el politólogo Edgardo Mocca: “El principal problema en el combate contra la pandemia es el capitalismo neoliberal […]. Se podría decir que no hace falta el adjetivo ‘neoliberal’, pero también es cierto que el mundo capitalista ha dado un giro particularmente dañino y peligroso en términos civilizatorios, durante los últimos 40 años. No solamente en términos de distribución del ingreso, sino también en términos culturales” ( El Destape, Buenos Aires, 9/1/21).
“La propia cultura con pretensiones emancipatorias –añade Mocca– está impregnada de individualismo, mercantilismo, espíritu competitivo y otras de las bellezas tan exaltadas en la tradición filosófica liberal (en este caso sin el prefijo ‘neo’). Todo esto no tiene 40 años de historia, sino más de cinco siglos. La desigualdad crece en forma exponencial. En ese contexto la desigualdad creció de todos modos, pero en forma menos impactante que en los años anteriores y posteriores.”
Mocca cita al papa Francisco: “Si algo no es funcional a la única aspiración del capital, que es reproducirse en la escala y en los ritmos más veloces posibles, es completamente descartable”.
En su visita al restaurante de la Condesa, María Rivera cuenta que bailó con el veterano don Armando: “Uno de los hombres que parece divertirse más en la fiesta […]. Delgado, elegante y sonriente, no hay forma de sentarlo a platicar. Pese a sus casi 80 años asiste cada semana al lugar y no para de bailar”.
¿Qué buscaba don Armando? ¿Un “ligue”, una aventura, la “pareja ideal”? María preguntó, y el veterano respondió con la única respuesta posible: “Porque no sé si estaré vivo mañana”.
Amorosos en soledad… ¡Salud, poeta Sabines! https://www.youtube.com/watch?v=YMU1RKzt9cw