Con el telón de fondo del complicado inicio del gobierno de Joe Biden en Estados Unidos, la pandemia mundial de Covid-19 y la severa crisis económica provocada por las medidas para mitigarla, en Europa y en el Golfo Pérsico surgen preocupantes focos de tensión que es pertinente comentar.
Por un lado, la expulsión de Rusia de diplomáticos de Alemania, Suecia y Polonia (uno de cada país) ha desatado un conflicto que aumentó en el anuncio de represalias proporcionales por parte de Berlín, Estocolmo y Varsovia.
Es difícil establecer si, como lo señaló el gobierno ruso, las expulsiones se debieron a la participación de los tres representantes en manifestaciones a favor del opositor encarcelado Aleksei Navalny, o si, por el contrario, los diplomáticos realizaban una mera “observación” de las protestas, como lo argumentan sus respectivos gobiernos. Lo cierto es que el incidente revive roces que eran característicos de la confrontación entre la extinta Unión Soviética y la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) justo en un momento en que Europa requiere de la cooperación multilateral para hacer frente a la pandemia que padece el mundo.
No sería prudente desvincular el hecho comentado con las primeras medidas adoptadas por el nuevo presidente demócrata de Estados Unidos; así como Biden ha asumido determinaciones positivas, léase la atenuación de las políticas antinmigrantes de su antecesor, la firma de un nuevo acuerdo con Rusia que mantiene los límites permitidos de armas nucleares y el retorno de su país a la Organización Mundial de la Salud, al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas y al Acuerdo de París, también ha enviado a Moscú mensajes de insoslayable hostilidad, como el congelamiento del retiro de tropas estadunidenses de Alemania –mismo que había ordenado Donald Trump– y su afirmación de que el gobierno ruso ha interferido en procesos electorales de Estados Unidos, un asunto que no ha podido demostrarse.
Por otra parte, si bien Biden expresó su disposición a retomar el acuerdo que garantiza el desarrollo nuclear de Irán con fines pacíficos, el cual fue abandonado unilateralmente por Trump, se ha empecinado en mantener sanciones económicas injustificadas en contra de la república islámica con el argumento de que ésta debe dar el primer paso para reactivar dicho acuerdo. Tal actitud carece de justificación, si se considera que fue precisamente la parte estadunidense la que rompió arbitrariamente el convenio y que, en consecuencia, le corresponde adoptar las medidas orientadas a reactivarlo, lo cual significa levantar los apremios económicos en contra de Teherán en el entendido de que las autoridades iraníes retomarían, a su vez, las obligaciones contraídas en el acuerdo. En suma, el nuevo gobierno estadunidense tendría que abstenerse de actuar con la prepotencia imperial que ha caracterizado a todos sus antecesores.
Lo último que el mundo necesita en la circunstancia presente son nuevas tensiones regionales. Las diplomacias de todas las naciones deben actuar con máximo sentido de responsabilidad y esforzarse en minimizarlas y erradicarlas.