La realidad social es mucho más que el fruto mecánico de determinismos históricos y voluntades unilaterales. El cambio estructural y el cambio político requieren de articulación de esfuerzos, de sensibilidad colectiva, de subjetividad intelectual, de sumatoria de actores emergentes para crear nuevos bloques históricos y nuevas hegemonías que venzan las resistencias internas y externas, e impulsar las posturas sociales y progresistas, decía Antonio Gramsci, el último de los más grandes del pensamiento marxista y socialista.
En un tiempo especial de definiciones es oportuno revisar las ideas que han construido las instituciones de avanzada en el mundo, especialmente las que erigieron, con unas características u otras, el andamiaje de un Estado sensible y con compromiso social, distante del Estado gendarme, indiferente a las desigualdades sociales y agotado en el esquema individualista del “dejar hacer dejar pasar”. Me refiero a Carlos Marx, Vladimir Lenin, León Trotsky y, cerrando el círculo en la cúspide, el pensador italiano que enfrentó al fascismo y la embestida de la derecha europea.
La historia no tiene etapas prefiguradas ni un destino trazado, decía Gramsci; toda conquista y también toda regresión, como ocurrió en su tiempo, es producto de una lucha social y una lucha política de fuerzas antagónicas, en una circunstancia concreta. En su particular momento histórico, ante la ceguera dogmática de las fuerzas progresistas, los italianos, en lugar de arribar al socialismo, luego de la Primera Guerra Mundial con un capitalismo en crisis, desembocaron en el fascismo corporativista y totalitario.
Aferrados al libreto, los socialistas y los sectores socialdemócratas se empeñaron en reducir su espectro de lucha a los obreros industriales y desdeñaron a los sectores urbanos periféricos, emergentes, así como a los trabajadores del campo.
En el orden internacional, hemos presenciado cómo ante la falta de alianza, coordinación y sinergia de las fuerzas progresistas, han ido avanzando expresiones arcaicas de una derecha neofascista, que lo mismo gana elecciones y decisiones fundamentales como el Brexit, en la tierra de John Locke, que se empodera en la capital del autollamado mundo libre, Estados Unidos, ahora ya fuera del poder formal pero con una estela de fundamentalismos racistas y xenófobos que costará no años sino generaciones en erradicar.
Una ultraderecha que gana cada vez más posiciones en países democráticos icónicos, como Francia, donde el fascismo antinmigrante de la familia Le Pen, primero Jean-Marie y luego su hija Marine, ya constituye la segunda fuerza política, pues esta última disputó la segunda vuelta electoral en 2017 al actual presidente Emmanuel Macron.
Y en la misma patria de Gramsci, los partidos fascistas ya forman coaliciones de gobierno y definen en su momento mayorías, como Movimiento 5 Estrellas y Liga Norte, con la discriminación social y la xenofobia antinmigrante como bandera común y argamasa ideológica, mientras las fuerzas democráticas y socialistas vacilan y retroceden, tal como ocurrió con el ascenso de Mussolini. La derecha construyó la nueva hegemonía que la izquierda fue incapaz de edificar.
En el orden nacional, los partidos políticos se aprestan a iniciar sus campañas para renovar la Cámara de Diputados del Congreso federal, 30 poderes estatales, incluidas 15 gubernaturas, y casi 2 mil autoridades municipales. Es un ejercicio inédito por la magnitud del proceso convergente. Aquí se definirá el nuevo rumbo del país y se sentarán las bases de la tercera década del siglo XXI.
Aquí también se presenta el fenómeno gramsciano de construcción de nuevas hegemonías y nuevos bloques históricos, con sectores que al interior de todas las fuerzas políticas empujan hacia adelante y actores que, instalados en el pasado, presentan serias resistencias al cambio y se niegan al cambio generacional, nomenclaturas que antes monopolizaban la toma de decisiones.
También, como un ingrediente de esta particular circunstancia histórica, siguiendo con las categorías del pensamiento político del socialista italiano, autor de Cuadernos de la cárcel, se presentan alianzas inéditas, bloques históricos buscando objetivos de interés común, en un pacto que pone en el centro lo fundamental, que es el destino nacional.
Igualmente, con el mismo espíritu, hemos visto transitar figuras de una fuerza política a otra, buscando impulsar agendas que respondan a la coyuntura del país, sea para impulsar iniciativas de avanzada, construir contrapesos al poder, o para formar bloques que impidan retrotraer en lo ganado, no involucionar, como ha ocurrido en otros momentos históricos, entre ellos los analizados y sobre todo vividos y sufridos por Antonio Gramsci.
Lo importante en el caso es que en una circunstancia tan adversa como la presente, para nosotros y para el mundo, México emerja con la fuerza suficiente en su nueva hegemonía a emanar del proceso electoral ya iniciado, para impulsar las agendas nacionales más apremiantes y más importantes: contención de la pandemia, sistema eficaz de salud pública, reactivación económica, recuperación de los empleos perdidos, reversión al avance de la pobreza y freno a la agudización de la desigualdad social.