Debo confesar que contra la manifiesta inconformidad de algunos lectores y amigos, comenzaré esta columneta, regresando al asuntito de las criminales instrucciones médicas que, los ahora muy publicitados galenos Diego Araiza-Garaygordobil y la ginecóloga Fernanda Gómez, hicieron públicas, con el fin de incentivar el sentido de responsabilidad ciudadana, el profundo amor patrio, los principios básicos de solidaridad que deben prevalecer en la sociedad y, por supuesto, los valores éticos y religiosos que seguramente son comunes dentro de las diferentes iglesias y denominaciones a las que los mexicanos (la mayoría, obviamente), están afiliados.
Pero, ¿qué objetivo concreto, real, perseguían estos dos sicópatas para decidirse a viralizar sus homicidas prescripciones? A riesgo de quedar como un estúpido que, pese a tener enfrente una evidencia irrefutable la deja pasar porque la considera demasiado estúpida para ser cierta, me resisto a inscribirme en la LNAC (Liga Nacional Avizoradora de Complots). Si no, ya tendría al hombre y al hombrecito X bajo severa vigilancia.
Obligado a opinar, me iría por la sencilla explicación de las características sicológicas y las condiciones socioeconómicas, culturales que se vislumbran en los sujetos de la acción quenos ocupa: incitar, alentar, prohijar, tentar públicamente por medio de las redes sociales a todo el mundo para que lleve a cabo un magnicidio quirúrgico nos habla más de un orate, un loco (como dicen en mi tierra: “ese vato está reloco, cuñado, pero loco de la cabeza”). Estos doctores están tan necesitados de ser vistos, reconocidos, tomados en cuenta que si (rienda suelta a una también loca imaginación) hubieran logrado su criminal cometido, pero además con una asepsia tan depurada que fuera la envidia de don José Guadalupe Esparza, autor de “que no quede huella, que no, que no,” después de un mes, varios reclusorios estarían repletos de presuntos culpables, la mayoría ya plenamente “confesos”.
Las autoridades ahora se aplicarían con denuedo a seleccionar entre todos éstos a los que conjuntaran más elementos de credibilidad: que tuvieran los rasgos físicos, la estructura sicológica idónea y que, cuando menos, no estuvieran en el extranjero el día de los hechos ni tampoco internados en algún hospital Covid. Al paso desesperante de los días, los doctores tomarían una heroica decisión: confesarían. No permitirían que nadie los despojara de sus méritos, de su bien ganada página en la historia.
Ante la imposibilidad de entrar a las oficinas policiacas rodeadas de multitudes de ciudadanos arrepentidos que iban a confesar ser los autores del proditorio crimen, allí mismo, en las largas colas se les acercaban múltiples abogados para ofrecer su asesoría, mostrando diversos escritos en los que detallaban las condiciones de sus propuestas para obtener jugosos “criterios de oportunidad”. Los habría de diversos modelos: Lozoya, Ancira, Robles, Zebadúa, Gil, Anaya, Duarte 1 y Duarte 2. Convencidos de lo inútil de sus esfuerzos, decidirían presionar para poder ser escuchados y presentar las pruebas irrebatibles de su hazaña. Se dirigirían a la agencia de publicidad Latones. Latón es una aleación sustitucional que se usa frecuentemente para la decoración porque tiene un aspecto que simula ser oro sin, evidentemente, serlo. Igualito a las llamadas fake news y las true news. Imaginar y difundir las primeras era una especialidad de la agencia, así como realizar lo que los franceses llaman mise-en-scène o puesta en escena, como decimos nosotros.
En otros tiempos fue una empresa muy exitosa y dinerosa, pero algunas transformaciones se han dado en el país y ahora los antecedentes de sus éxitos en el sexenio anterior la han convertido en un verdadero Covid-19. Bastaría con que se supiera que Latones patrocinaba jurídicamente a los doctores, para que el mundo entero asumiera que la agencia y sus representados eran unos farsantes que habían montado una estupenda escena, de imaginación desbordante pero totalmente imposible de ejecutar en la realidad. Las confesiones de los doctores serían rechazadas con la consideración de que el realismo mágico es un emocionante género literario, pero en tribunales es simplemente basura.
Epílogo: la doctora Fernanda Gómez se resignó. Así lo quiso el Altísimo, dijo. Y lo acató. Se refugió en un convento de las Carmelitas descalzas y adoptó el nombre de “madre Conchita”. El doctor Diego Araiza-Garaygordobil hace un tour por todos los sanatorios especializados en problemas mentales, y aunque en los tratamientos de shock le hacen ver las mañaneras del día, él es irreductible: está convencido de que son repeticiones. Insiste en que gracias a él se acabó esa costumbre gubernamental y que por ello se le reconoce como el adalid de “la alborada silente”, porque dos horitas de sueño al país no le perjudican.
A la hora que ustedes estén leyendo su columneta de los lunes, 100 senadores en Estados Unidos, antes de iniciar la sesión dedicada a tratar si el impeachment contra el ex presidente Donald Trump es procedente, se desesperan porque a ellos no les ha llegado la versión digital de La Jornada de este día. Veamos cómo se comportan sin una modesta, pero bien intencionada asesoría.
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