Pareciera que los partidos políticos se hubieran esforzado en mostrar algunas de sus peores prendas y procedimientos a la hora de designar candidaturas a puestos de elección popular para el próximo junio. Hay desilusión, exasperación y enojo en amplios sectores que ven postulaciones confirmadas o en curso como las de Félix Salgado Macedonio (Guerrero), Samuel García (Nuevo León), Margarita Zavala Gómez del Campo y Gabriel Quadri (CDMX), así como el agandalle en el PRI de Alejandro Moreno, su presidente, más el matrimonio de Rubén Moreira y Carolina Viggiano y juniors como Eduardo Murat Hinojosa y Pablo Gamboa Miner. Son sólo unos ejemplos.
Y en estos y en casos de menor exposición mediática, en arreglos para congresos locales y presidencias municipales o para diputaciones federales sin especial trascendencia nacional, todos los partidos están en una competencia de mismidad tóxica: demostrar que siguen siendo lo mismo, lo repudiado en 2018 y ahora reciclado en los opositores que no cambian (ni pueden) y en el partido en el poder que ofreció cambiar y enfática, escandalosamente, no lo hace. Mismidad que producirá electoral y políticamente más o menos lo mismo, discursos, campañas y promesas aparte.
Se hubiera esperado algo distinto de las agrupaciones que fueron duramente desplazadas en los comicios de 2018 y ahora pretenden ofrecer alternativas de redención: pero ha sido todo lo contrario. Acción Nacional, el principal agrupamiento contra López Obrador (Morena, 4T), se quedó anclado en el pasado, con su ex candidato presidencial reciente, Ricardo Anaya, en campaña a largo plazo por sí mismo y cediendo el PAN su vanguardia declarativa real al fraudulento Felipe Calderón, con pago en posiciones para su grupo llamado México Libre.
El PRI mantiene su plan de nado de a muertito, simulando estar realmente con Sí por México y Va por México, las agrupaciones empresariales y partidistas coordinadas por Claudio X. González Guajardo, aunque en el fondo se mantiene una alianza PRIMor en varios lugares (Clara Luz Flores en Nuevo León, ahora con un ex panista en busca de la presidencia de Monterrey; Mónica Rangel en San Luis Potosí, si logran imponer su candidatura, por dar un par de ejemplos).
Del PRD ni para qué perder el tiempo en un análisis forzado: es una suerte de fideicomiso de liquidación. Movimiento Ciudadano decidió ir por su lado en general, sin alianzas, creyendo posible convertirse en la segunda fuerza de oposición, con Enrique Alfaro en una etapa de apaciguamiento luego de la ejecución de su antecesor priísta, Aristóteles Sandoval.
Los partidos debutantes (PES, con Jorge Hank Rhon en Baja California; Redes Sociales Progresistas y Fuerza por México, formas satelitales del morenismo) están en cacería de faranduleros y jaladores de votos acríticos, destacando el último, de Pedro Haces (cercano a los grupos de Ricardo Monreal y Alejandro Murat), como un canal alterno para procesar disidencias morenistas, como en Michoacán con Cristóbal Arias.
Lo que sucede en Morena va más allá de las contradicciones y traiciones circunstanciales o anecdóticas. Lo trascendente no está en los detalles de las candidaturas específicas y sus atropellados y repudiados métodos de imposición (las “dedencuestas”, absolutamente discrecionales e incomprobables en serio), sino en la enigmática cesión del instrumento de poder del obradorismo a la claramente facciosa corriente de Marcelo Ebrard, uno de los dos virtuales vicepresidentes de facto (el otro es el general Sandoval, de la Sedena), con Mario Delgado como imperito ejecutor de un diseño de futuro que de avanzar como lo hace, constituye una especie de expropiación de esperanza y viabilidad del sueño morenista, con invocaciones demagógicas a la unidad contra la derecha y los reaccionarios, y el uso consentido del estandarte electoral expiatorio de López Obrador y la consolidación de la 4T, cuando en el fondo lo que se fortalece es el proyecto marcelista de 2024. ¡Hasta mañana!
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