Copalillo, Gro. Desde 1875, los indígenas nahuas de la cabecera municipal de Copalillo, en la zona norte de Guerrero, se dedican a la elaboración de hamacas, cunas, y bolsas, pero desde que inició el confinamiento en todo el país, obligado por la pandemia de Covid-19, viven una crisis que no cesa pues les ha sido muy difícil salir a venderlas, dado que la suya es una actividad impactada por la disminución del turismo.
Miguel Hidalgo Santos, uno de los artesanos y líder natural de esta zona, asegura, preocupado, que “a diferencia de otros tiempos las ventas de los productos han bajado 70 por ciento. En tiempo normal vendíamos 70 kilos de artículos a la semana. Y por el semáforo rojo que está en todos los estados (del país) estamos yendo a lugares más cercanos como Tequesquitengo, Tepoztlán, y Alpuyeca, en Morelos”.
Refiere que antes del confinamiento podían trasladase de sur a norte, hasta Tapachula, Chiapas, así “también nos vamos a Puerto Escondido, Pinotepa Nacional, y a la propia capital de Oaxaca; a las costas de Veracruz y a estados de la frontera como Tamaulipas, Coahuila, o Nuevo León; a Michoacán y Colima, y a veces al extranjero, si solicitan nuestro material".
Sus productos tienen cabida en los centros turísticos de todo el país, aunque a la poca movilidad social actual, se suman las trabas de los artesanos locales en algunos sitios. "Hemos tenido problemas porque nos restringen el acceso a las asociaciones de comerciantes en León, Guanajuato; en la ciudad de Monterrey, y en Zacatecas, ya no es posible vender de manera directa, es un mercado temporal”.
Sobre el precio de sus enseres, señala que depende no solo del tamaño, sino de las horas de trabajo que les dedican ya sea por sus diseños o el tipo de tejido. “Algunas hamacas cuestan entre 100 y 150 pesos; hay una individual de algodón, con un tejido más cerrado que cuesta de 200 a 250 pesos; una matrimonial va de los 350 a 600 pesos, aunque el precio también depende de la dificultad del tejido.
"De ahí vienen las piezas más grandes, que son las familiares, que cuestan de 800 a mil 500 pesos". Pese ello, se lamenta, “sabemos que en las tiendas departamentales de las ciudades grandes, nuestras hamacas se ofrecen de los ocho mil a 16 mil pesos”.
Debido a la competencia, sabe que continuamente se deben renovar y buscan crear nuevos productos. "Lo novedoso de la artesanía es este diseño (y señala), las cunas, que son estilos nuevos, la necesidad nos obliga a innovar, y crear nuevos diseños”, asegura.
Miguel Hidalgo, representante de Copalillo menciona con orgullo que “hay varios puntos del país donde se hacen las hamacas, como en Tabasco, Chiapas, Oaxaca, y en algunos puntos de Veracruz, pero la gran mayoría que se comercializan en el país, e incluso en el extranjero, tienen su origen en Copalillo. Tenemos mucha diversidad y diseños nuevos”.
El arte que trajeron los abuelos de las costas
Copalillo tiene una población de seis mil habitantes, y el 80 por ciento de ellos se dedican a hacer "dormilonas", como les llaman a las hamacas.
“Nos dicen que probablemente desde las costas pudieron venir las personas que enseñaron a nuestros abuelos”, cuenta.
En Copalillo trabajan los “hamaqueros”, como se dicen entre ellos. Esta comunidad “era el punto central de esta actividad, y de ahí se viajaba a los municipios vecinos de Chilapa, Olinalá, Tlapa e Iguala, y hasta el estado de Morelos", dice.
El oficio "lo aprendimos desde nuestros abuelos; no tenemos claro quien lo trajo, lo que sí sabemos es que aquí era el punto de encuentro del comercio.
"En este lugar los viajeros y comerciantes se abastecían de agua, se dedicaban al ganado y a la venta de textiles; creemos que los primeros que trajeron esta mercancía venían de las costas, lo que originó el tejido de las hamacas, que antes se hacían de ixtle, de la fibra del maguey, se teñían y se le daba forma más rústica”, platica.
Agrega, que ahora las fabrican con algodón y material de nylon que traen de Puebla, y “les damos colorido”, dice mientras muestra una mesa con unas 10 hamacas de colores.
El artesano guerrerense asegura que los núcleos familiares conforman micro negocios, por lo que muy poca gente contrata empleados.
Por su parte, Teresa Sánchez, esposa de Miguel, comenta orgullosa que “hay personas que desde Morelos nos hacen pedidos de hamacas, les entregamos, chicas, medianas y grandes. El material se compra aquí en Copalillo”.
Abunda que “estoy aquí por no poder estudiar o tener una profesión, y por eso trabajamos en esto; me gusta porque me mantiene ocupada. Me tardo un día para hacer una hamaca grande. Aprendí desde los ocho años con mis papás y mis abuelos; mi esposo es ahora el que sale a vender los columpios, cunas, bolsas y sobre todo hamacas”.
Otro artesano, Salvador Pablo Martínez, se queja de los políticos, “Mario Moreno, por ejemplo, el que va a ser candidato del PRI a gobernador, ora sí ya viene con su propaganda, pero cuando fue Secretario de Desarrollo Social, nunca vino; yo lo conocí cuando iba a Chilpancingo a tramitar documentos”.
Salvador y sus compañeros de oficio han buscado vender en las playas, “pero ahí quieren todo con permiso, y luego nos quitan la mercancía o nos piden precios más bajos y no nos podemos alivianar”.
Describe que a una buena hamaca “se le pone bejuco o palocotle, que es muy fuerte y no se pica; pero se tiene que cortar en luna llena para que no se pique, y así no le echamos ningún medicamento, no les podemos poner otra madera”.
Acusa que ninguno de los tres niveles de gobierno les brinda apoyo alguno.
“No tenemos prestaciones, ni ISSSTE, incluso a los Servidores de la Nación, les pedí un préstamo, pero no me hicieron caso, me lo negaron, por eso cada quien le hace como puede. Somos pequeños negocios, no podemos decir que somos fábricas, porque sólo trabaja la pura familia.
Finalmente, Salvador Pablo Martínez ratifica apesadumbrado que “desde enero del año pasado, cuando empezó la pandemia del coronavirus, no hemos salido a vender, ya se cumplió un año. Vamos entregando de acuerdo a los pedidos, pero pueden ser sólo cinco hamacas. La última vez que fui a vender fue a Cuautla, Morelos, a unos balnearios, la situación es triste”.