Río de Janeiro. La operación anticorrupción Lava Jato (lavado rápido), que sacudió a Brasil y llevó a la cárcel a presidentes, empresarios y poderosas figuras de América Latina, se cerró esta semana sin ruido y con sus propias investigaciones bajo sospecha.
Los investigadores descubrieron una enorme red de sobornos pagados por grandes constructoras, como Odebrecht, a políticos de casi todos los partidos, para obtener contratos en la estatal Petrobras.
Sus principales figuras, el juez de primera instancia Sergio Moro y los fiscales de Curitiba, se convirtieron en superhéroes para buena parte de los brasileños e inspiraron una película y una serie de Netflix.
En casi siete años, el balance es de 174 condenados en Brasil y 12 presidentes o ex presidentes involucrados en América Latina, entre ellos el líder de la izquierda brasileña Luiz Inácio Lula da Silva.
Los juicios permitieron además al erario brasileño recuperar 4 mil 300 millones de reales (unos 800 millones de dólares al cambio actual) y otros 15 mil millones están en camino.
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, se vanaglorió en octubre: “Acabé con Lava Jato, porque no hay más corrupción en el gobierno”.
La afirmación fue rápidamente cuestionada: una semana después, la policía encontró cerca de 30 mil reales (unos 5 mil 500 dólares) en los calzoncillos del vice líder de la bancada oficialista en el Senado, durante una redada por supuestos desvíos de recursos para combatir la pandemia de Covid-19.
En 2019 el portal The Intercept Brasil divulgó conversaciones entre Moro y los fiscales, que arrojaban dudas sobre la imparcialidad de las investigaciones que llevaron a Lula a la cárcel y le impidieron presentarse en las elecciones de 2018.
Apenas elegido en esos comicios, Bolsonaro nombró a Moro ministro de Justicia.
Moro renunció en abril de 2020, denunciando tentativas de Bolsonaro de interferir en investigaciones de la Policía Federal.
Algunos fiscales de Curitiba fueron integrados en un Grupo de Actuación Especial de Represión al Crimen.
Con todo, la operación logró lo que durante mucho tiempo pareció imposible en Brasil y en muchos países de la región: sentar en el banquillo a poderosos acusados de corrupción.
“Durante siete años, Brasil no fue Brasil”, escribió el respetado periodista JR Guzzo en una columna de Gazeta do Povo, un semanario de Curitiba. En el Brasil de Lava Jato, los poderosos corruptos “podían realmente ir a la cárcel”, agregó.