Gran pregunta. ¿Qué disponibilidad existe de tecnologías de generación, transmisión, distribución y consumo de electricidad? La respuesta es obligada, porque de ella depende la mayor o menor capacidad no sólo para electrificar nuestra matriz energética, sino para descarbonizarla. Y para ingresar –bajo cualquier circunstancia– a un círculo virtuoso de disminución de costos. No hay escapatoria. Sin merma –de veras que no– de un servicio de mayor calidad y confiabilidad.
¡Tremenda responsabilidad en una industria donde aún no hay almacenamiento! Por eso, y en virtud de que la satisfacción de los requerimientos es instantánea, es fundamental que el orden de recepción y envío de lo producido tenga, precisamente, un orden. No hay posibilidad de manipulación regresiva, siempre guiado por el menor costo. Pero no sólo eso, también por la mayor calidad y la mayor confiabilidad. Está de por medio la adecuada y oportuna satisfacción de los usuarios: residenciales, comerciales, de servicios públicos, agrícolas e industriales.
Por eso es imprescindible diseñar con cuidado los lineamientos sociales y las políticas públicas que deben ser impulsados. Y legitimar –como parece que debe ser– las condiciones de un balance de energía más limpio, menos contaminante, más eficiente y –siempre, siempre– del menor costo posible.
Está de por medio lograr el máximo bienestar integral de la población, de la polis, diría Aristóteles. De la nación, explicitaría Adam Smith. Sin menoscabo de potenciar la capacidad productiva del trabajo, añadirán Ricardo y Marx. Brillante recorrido del pensamiento económico. Indudablemente.
En nuestra investigación sobre la transición energética y la matriz energética a impulsar para lograr bienestar social, no se puede renunciar a una mayor eficiencia tecnológica, a una limpieza creciente de gases de efecto invernadero, a una calidad y confiabilidad máximas. Mucho menos al menor costo integral. Cualquier acción que no se oriente en esta perspectiva, más pronto que tarde se descartará. No es posible dejar de profundizar en las condiciones que mejoren la capacidad productiva del trabajo en el ámbito energético, con una visión a largo plazo, lo que sin duda nos obliga a un adecuado manejo de la incertidumbre.
Pero con una clarificación de las tareas –similarmente obligadas– a corto plazo, justamente como condición de acceder a la desiderata del futuro.
Es el gran desafío, aseguran en un brillante artículo que nos invita a imaginar ese futuro, Christian De Perthuis y Boris Solier (https://www.encyclopedie-energie.org) como condición de un mundo con abatimiento efectivo de gases de efecto invernadero, pero también con bienestar social. La disputa de los próximos días requiere ser enmarcada en esa visión de futuro. No más, pero no menos. Y ahí, recuperar el sentido original del 27 constitucional. La riqueza natural pertenece originariamente a la Nación y sus beneficios deben ser utilizada en su provecho.
De veras.