“Ciudad de México. "Estoy almorzando con mi mujer”, responde Damián Alcázar cuando lo llamo a las 10 de la mañana. Lo intento de nuevo dos horas más tarde y de la bocina sale su voz fuerte de protagonista de La Ley de Herodes; de El complot mongol, del escritor Rafael Bernal; de El crimen del padre Amaro; de Borderland, película estadunidense que hizo época, y de la serie de televisión Tijuana.
Sé que Damián Alcázar rechaza guiones que no valen la pena y sé también que es un actor crítico consigo mismo, que exhibe las trácalas de los gobernantes del México del PRI.
Indignado por las injusticias sociales, Damián ha filmado muchas películas de denuncia. Diplomatic Inmunity, Dos crímenes, Tres minutos en la oscuridad, Men with Guns, Overkill o Bajo California: el límite del tiempo.
Me impresionó verlo de director de periódico dispuesto a morir por decir la verdad en Tijuana.
“Soy y fui un actor muy disciplinado, porque empecé tarde; entonces, estudio a diario, veo cine y analizo actuaciones, direcciones, guiones, además de que me apasiona leer.”
Como admiré a Damián Alcázar en películas que confrontan al gobierno le pregunto si su actitud política ha sido un impedimento para su carrera.
–No. El tipo de cine que hago es casi casi de sobrevivencia y postura social. Nunca he hecho cintas comerciales ni telenovelas…
–Sin embargo, has triunfado…
–Eso me permite trabajar sin depender de ninguna autoridad o instancia política. Incluso, hago poco cine de autor.
–Todos te conocemos como un hombre libre y valiente. Además de excelente actor, llama la atención tu capacidad crítica.
–Yo me negué absoluta y rotundamente a ser diputado porque no tengo ninguna vocación política, aunque estuve incluido entre los Constituyentes (me propuso Morena para ser parte de la Cámara) para elaborar la Constitución de la Ciudad de México: enriquecerla lo más posible.
–Aunque dices que te negaste a ocupar una curul, aunque lo hiciste en 2016 y la Cámara alegó, se quejó de que siempre estuviste ausente.
–Yo era actor, todos sabían. Tuve muchas dificultades con los diputados; me di cuenta de que grupos políticos muy fuertes se mueven independientemente de propuestas sociales y les importa poco o nada ayudar a los demás. Los diputados siguen sus intereses: obedecen a los de comerciantes y empresarios. Me dije: “Éste no es mi lugar, no me siento capaz de esperar a que se pongan de acuerdo y logren consensos; lo único que les importa es su bienestar”, y me salí.
–Pero, ¿cómo pudiste salirte si nunca asististe?
–Siempre fui muy claro: “Yo no quiero ser diputado, yo estoy emputado”.
–Sin embargo, ahora estás con AMLO.
–Desde muy niño vi en los muros de mi barrio, en la carretera, en los pueblitos, pintas que decían: “Cristianismo sí, comunismo no”. Desde entonces el comunismo, el socialismo, se dirigía a los más necesitados, a los abandonados, a los mestizos urbanos, a los que se mudan a las grandes ciudades para sobrevivir. Mi abuela vivía en Tlaxcala, era indígena otomí y conocí muy de cerca las necesidades de los campesinos. Por supuesto, pertenezco a una generación en la que la utopía de lo social y el comunismo nos llenaron de grandes ilusiones que luego se vinieron abajo. Desde un principio escogí a quienes hay que darles la mano, a los que se están desbarrancando en la miseria, a diferencia de otros que se escogen a sí mismos. A mí me parece que Andrés Manuel se esfuerza por la clase más abandonada. Los obreros ganan muchísimo mejor que en los cinco sexenios anteriores. La canasta básica alcanza para comer, cosa que antes era bien difícil. Su “primero los pobres” va en serio.
–Si hubieras sido diputado, habrías sido muy bueno, porque tienes gran poder de convocatoria. ¿Tu experiencia de maestro influyó en tu capacidad política?
–Fui maestro en Veracruz, di clases tres semestres y ahora, normalmente, doy talleres porque me encanta enseñar a los chicos y a los no tan chicos las cosas que he encontrado en el camino para hacer más fácil y más apasionante el suyo. A veces doy clases magistrales, que para mí son simplemente buenas pláticas acerca de mi pasión y mi preocupación.
–¿Te parece que los muchachos de ahora deberían informarse mejor y leer, además de verlo todo por televisión?
–Por supuesto que crecí, como seguramente te pasó a ti, inmerso en la vida política de México. Volviendo a mi carrera de actor, también crecí viendo muchísimo cine. En los año 50 teníamos buen cine porque las salas se manejaban de forma democrática. El gobierno ponía 70 u 80 por ciento para su manutención, y el gerente, dueño o apoderado ganaba cierta parte y podíamos ver cine de todo el mundo.
“Todo esto acabó en la época de Salinas, quien dio concesiones a unas cuantas familias y empresarios, a quienes no les importa la calidad ni la cultura cinematográfica. Por eso los mexicanos perdimos la posibilidad de ver cine internacional de calidad y, desgraciadamente, la de hacer buen cine. Tintán, Arturo de Córdova, los Soler fueron mis mentores. ‘Yo quiero dedicarme a eso’, dije al verlos. Lo mismo puedo decirte del cine extranjero. Vi a Kurosawa, a Bergman, cosa ahora imposible. La exhibición de películas se quedó en unas cuantas manos. No podemos ver cine chino o iraní o japonés o brasileño porque a los empresarios no les da la gana exhibirlo.”
–Damián, la Cineteca ofrece muy buen cine.
–Claro, pero en un país de 120 millones y en una ciudad de casi 25 millones de habitantes, el cine de arte sólo es para muy pocos. Debería haber Cinetecas en el sur, norte, centro, oriente, poniente… en todo el país. Hice películas formidables que quitaron a los tres días y nadie defendió un proyecto que costó muchísimo dinero. De hace cinco años para acá se han hecho 120 películas, de las cuales no podemos ver ni tres. Todo ese dinero, ese trabajo creativo y esforzado, se pierde. Creo que la solución está en recuperar nuestras salas de cine.
–¿La pandemia disminuye la fuerza de nuestro sexenio y su apoyo a los más pobres?
–Imagino que si esta maldición que hemos creado nosotros, llamada coronavirus, nos hubiera agarrado en gobiernos anteriores, ya hubiéramos doblado muertes y deuda externa. Aunque la pandemia en otros países también es terrible, en Inglaterra, Francia, Canadá, pero en México, sin López Obrador, serviría para hacer los grandes negocios de siempre. Si tomamos en cuenta que de Fox a Peña Nieto había un billón y medio de dólares de deuda, y con Peña Nieto 10 billones, tengo la certeza de que hice bien al votar por Andrés Manuel y confiar en una buena persona que se esfuerza por dar a la gente eso que nunca hemos tenido: respeto. Quiero colaborar para sacar a los mexicanos de esa hambruna milenaria en la que estuvimos metidos.
–¿Qué te ha hecho más feliz en tu carrera de actor?
–La respuesta es muy fácil: lo cotidiano. Diariamente me levanto con un placer enorme por hacer lo que me toca. Ahorita acabo de perderme uno de los mejores papeles en mi vida profesional: una película en Barranquilla, Colombia. Me cercioré de que se cumplieran los protocolos de salud, vacunas o pruebas PCR, y al no haberlos decidí, a los 68 años: “Creo que voy a perderme esta maravillosa historia”. Sufrí, pero mi triunfo diario es estar vivo, satisfecho, apasionado, impulsando a otros, a pesar de descalabros como la pandemia.