En la Ciudad de México, el 17 de febrero de 2019, escribí a Juan José Reyes, amigo querido, esta carta:
“Hola, estoy leyendo Shakespeare Palace: mosaicos de mi vida en México (1974-1984), de Ida Vitale, y quería compartir esta cita contigo. ‘Seguía en El Correo del Libro, que ya casi nada tenía que ver con el proyecto inicial, aquella casi íntima tarea que hacíamos menos de media docena de personas, santamente dirigidos por Juan José Reyes, mi joven jefe, mi amigo para siempre, en sus primeros pasos por la burocracia. Era una tarea pulcra, sin aspavientos, que aspiraba a un lento logro modesto y que pesaba lo menos posible en el presupuesto del Estado’. Me dio mucho gusto verte citado por Ida con tanto cariño. Abrazos”, me despedí.
El 5 de abril, Juan José me contestó: “Ida fue durante años, y has de perdonarme la cursilería, una buena suerte de segunda madre mía. La quiero muchísimo y muchísimo quiero y extraño a Enrique. Que Ida ande por aquí, entre los sobrevivientes, siempre me aliviará, de seguro. Es curioso, querida Bárbara. Entré a la página de mi correo ahora con el propósito de escribirte. No acerca de Ida, sino de mi madre biológica, con la que he tenido desde que recuerdo una relación ardua y más bien llena de espinas. En su senilidad, con todo, una cierta ternura me devuelve a los orígenes. Está enferma y hace unas semanas hubimos de internarla de emergencia en el sanatorio español. Sale carísimo, y, como te decía yo hace no mucho, mi situación económica es precaria. No mejor andan mis hermanos. Hace mucho, cuando Pablo, el mayor de nosotros, y yo éramos niños mi padre le compró a Vicente un cuadro (que siempre me ha fascinado). Es un cuadro más bien grande, en grises y negros, y que en la casa siempre llamamos La T. A la muerte de mi padre quedó en poder de Pablo. Necesitamos venderlo para sufragar los gastos, una parte al menos, y quiero saber dos cosas que tú podrías averiguar y saber. ¿Cuánto costará, más o menos, aquel Rojo, y cómo, con quién ponerlo en venta? Por favor, querida, hazme saber lo más pronto que puedas lo que sepas o no sepas. Respecto de Ida te pido otra cosa: si tienes contacto con ella, dile que la querré siempre. Como a ti. jjr”.
A mi vez: “Mi querido Juan José, me dio un gran gusto recibir tu carta, en muchos sentidos sumamente conmovedora, y que te agradezco. Quizá no sea el mejor momento para preguntarte si, por lo que hace a Ida, me permitirías copiarle la parte de tu carta que le dedicas, que me parece le encantaría recibir, o si prefieres que te dé su correo y el de su hija, que está pendiente de ella. Como quiera que sea, ya me dirás qué te parece mejor. En cuanto al más urgente tema, el de la venta del cuadro de Vicente, lo que pido que hagas es que cuanto antes nos mandes una foto de él, con el título y las medidas, información que estará en la parte de atrás. Es lo que orientará a Vicente para saber lo que costaría hoy en el mercado. Me da mucha pena que tu mamá esté mal. La tengo muy presente, siempre con gran cariño. Muchos abrazos para ti, todos muy afectuosos”.
Contestó: “Durante años el enlace entre Ida y Enrique y yo fue Enrique. Cuando murió y lo supe no supe qué hacer para decirle a Ida cuánto los quiero a los dos. Ella lo sabe. Dame por favor su dirección para ponerle unas líneas. Lamenté mucho no buscarla en Guadalajara hace poco, pero a la vez recuerdo aún lo que tontamente me retuvo: el montón de ‘íntimos’ de la poeta premiada. Celoso que soy, más lo soy delante de los impostores. Cópiale las líneas que dices, claro, y mi gratitud creciente. Me comuniqué de inmediato con Pablo, mi hermano, para decirle de las fotos del cuadro. Me dijo que la pieza se llama El monumento. Me enviará hoy mismo las fotos (no estaba él en su casa, supongo, porque apenas conseguí escucharlo). Te mando besos, jj”.
El 26 de noviembre, presente en la entrega de mi Medalla Bellas Artes 2019, Juan José y yo, cargados de afecto, nos dimos el último abrazo que habríamos de darnos.