La caravana hondureña desarticulada por la fuerza en Vado Profundo, departamento de Chiquimula, Guatemala, en este 2021, tiene facetas parecidas a las caravanas de 2018, por lo cual es importante contrastarlas. La ocurrida este enero se integró con 9 mil migrantes dentro del territorio de Honduras, mientras las caravanas de octubre alcanzaron esa cantidad y un poco más, después de que cuatro contingentes se sumaron en distintas fechas a la primera del 12 de octubre.
La caravana de enero, por el número de migrantes decididos a romper las fronteras para llegar a Estados Unidos, permite pensar que éste será solamente el primer intento del año por armar nuevos contingentes. El contexto internacional es hoy un tanto diferente; hace dos años estaba por inaugurarse el gobierno progresista de Andrés Manuel López Obrador, quien había pergeñado declarativamente una política migratoria humanista consciente de las condiciones compulsivas del éxodo centroamericano. Al contrario, Trump sostenía una política antinmigrante implacable. Al final terminó por imponerse el imperio y México desplazó parte de la Guardia Nacional para vigilar sus fronteras norte y sur, quedando en los hechos como un tercer país “seguro”, manteniendo a extranjeros solicitantes de asilo dentro de territorio mexicano.
Ahora Estados Unidos inaugura un nuevo gobierno, con Joe Biden, que planteará un camino de otorgamiento de la ciudadanía para 11 millones de indocumentados, un respiro para los dreamers, volver a la política de asilo anterior a Trump e inversión por 4 mil millones de dólares para Centroamérica. En tanto, el gobierno mexicano se quedó con la obligación de mantener un sistema de contención, consistente en paralizar las poblaciones centroamericanas dentro de sus propios límites territoriales, lo cual eventualmente puede conducirlo a conflictos internacionales.
Las caravanas de 2018 contaron con el auxilio de varias organizaciones no gubernamentales (ONG) y de activistas pro migrantes con nivel político destacado, presentes en momentos culminantes de la marcha. A la distancia, esas ONG no se vieron hoy, pues fueron perseguidas y acosadas por el gobierno de Juan Orlando Hernández. Además, las caravanas de 2018 rompieron el molde de la migración por goteo. Inauguraron el método de migración a gran escala, pero no sólo eso. Para que una población móvil de tal magnitud lograra llegar a la frontera de Tijuana, hubo de convertirse en un movimiento social organizado. Esto permitió neutralizar a los agentes infiltrados y a las pandillas de maras que intentaron sabotearlos. Adoptaron también algunas consignas que corearon identificándose como trabajadores internacionales, en un acto primario para reconocerse como clase social. Un análisis de cómo la caravana migrante de octubre 2018 logró transformarse en movimiento social puede consultarse en el ensayo Geopolítica de las caravanas centroamericanas, publicado por OMIH, Flacso y la Universidad de Honduras. Esto no quiere decir que la migración individual haya desaparecido; al contrario, se mantiene como la forma principal, mostrando la complejidad del fenómeno migratorio.
Las caravanas organizadas tienen la ventaja de evadir pandilleros y al crimen organizado de secuestradores. Una familia, viajando entre la masa organizada, puede ahorrarse 8 mil dólares del traslado desde Honduras hasta Tijuana y allí contratar traficantes especializados en el cruce fronterizo. La migración por goteo multiplica sus riesgos porque queda expuesta a contingencias de todo tipo.
Un documento de Amnistía Internacional de 2012, titulado Diez medidas de emergencia para salvar vida, solicitaba al presidente Enrique Peña Nieto instrumentar acciones de protección a los derechos humanos de migrantes centroamericanos y remarcaba las omisiones de Felipe Calderón como causantes de la tragedia que vivían los centroamericanos. Algunas de esas medidas tienen vigencia hoy en circunstancias de la pandemia y podrían reforzarse con lo trabajado por la academia y las organizaciones civiles.
Desconocida por los mexicanos, Centroamérica, a pesar de constituir una región geográfica, no ha logrado constituirse en una región económica y social unificada, a pesar de los proyectos de integración que desde el siglo pasado las mentes más lúcidas de esa región han propuesto para salir de su estancamiento. El problema, ayer como hoy, es de carácter político y, por tanto, de poder. Honduras, El Salvador y Guatemala, que componen el denominado Triángulo del Norte, comparten un capitalismo subdesarrollado y están gobernadas por personajes de derecha, representando a las oligarquías de sus países respectivos y los intereses estadunidenses. El problema se agravará con el incremento de la migración mexicana en marcha impulsada por la crisis económica. De allí la necesidad de que la sociedad mexicana se involucre en la discusión y decisiones respecto de esa región con la cual mantenemos lazos históricos indestructibles.