La pandemia ha dado un giro con el paso angustiante de más de 13 meses. Primero, los países luchaban por contener la cantidad de personas contagiadas de Covid-19; luego, por garantizar la atención médica debida y reducir la tasa de mortalidad. Hoy, sin que esos indicadores,hayan sido superados, hay otros tres factores sobre la mesa: primero, la capacidad de producción de vacunas probadas ante la masiva demanda mundial; segundo, la suficiencia económica para adquirir el fármaco, y tercero, la habilidad logística para distribuirlas y aplicarlas en tiempo y forma. En estos rubros, la disparidad económica entre las naciones está marcando quién se vacuna primero y quién sigue a la espera. Basta revisar el porcentaje de personas vacunadas versus el total de población, para notar que los países más ricos, pequeños y con gran capacidad de organización social, lideran en la vacunación.
Israel y los Emiratos Árabes Unidos han logrado vacunar a 32.1 y 27 por ciento de la población (al menos con una dosis).
Estados Unidos ha logrado vacunar a 26 millones de personas, que representan 6.5 por ciento de su enorme población. Destaca el Reino Unido, que ha logrado vacunar a 11 por ciento de la población, 7.9 millones de personas. En ese concierto de naciones, los países de América Latina, en su realidad económica y social, dista de tener información suficiente y comparable. Muchos países aún no arrancan y los primeros avances los registran Argentina, México y Chile, con 0.6 por ciento, 0.5 y 0.3 por ciento, respectivamente.
Que no nos sorprendan los números en los próximos meses: el tamaño de las economías en correlación al número de habitantes determinará la velocidad de vacunación y la inmunidad ante el virus. Eso implica que economías emergentes, países pobres, se recuperarán en desventaja frente al resto del mundo. Esa disparidad afectará primero a estas economías más frágiles, pero también tendrá implicaciones negativas en la cadena de valor de la economía global. El esfuerzo por abrir posibilidades para que países más pobres accedan a las vacunas no es altruismo del primer mundo, sino una medida estratégica de mediano plazo para fortalecer la recuperación económica.
Si eso no ocurre, lo que viviremos en los próximos años en términos de flujos y tensiones migratorias no tendrá precedente. Tristemente no es una cuestión de expectativas, sino de supervivencia.
En ese sentido, las naciones más ricas, las que han podido emprender ambiciosos planes de rescate económico y de inyección de capital a sus economías, deben entender que el mecanismo de emergencia no puede volverse crónico, ya que eso se revertiría contra todas las economías.
El mejor ejemplo es el boom que ha tenido la bolsa de valores de Estados Unidos en los meses recientes, mientras la economía real, la de millones de pequeños negocios y profesionales, se ha ido a la quiebra. Hay una desincronización entre el mercado de valores y la economía real. Y no se necesita ser economista para advertir que cuando eso ha ocurrido, cuando los propios mercados lo advierten, el sistema se quiebra. La economía no puede fincarse solamente en Amazon, Google, Facebook, Airbnb, Microsoft, Apple y otras grandes corporaciones que registran históricos valores de capitalización. La bolsa no es la economía.
El mercado de valores es expectativa, la economía es realidad. En suma, qué bueno que los países más ricos pueden inyectar artificialmente dinero a la economía; cuidado con inyectarle mal y de más, porque –como siempre– el sobrecalentamiento de la economía y mayor riesgo de un colapso lo pagaremos absolutamente todos. La persistencia de los datos negativos e “inéditos” nos han hecho perder perspectiva. En México, estamos acostumbrados a ser prácticamente en todo los últimos de la lista de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos desde que hay registro, dada la naturaleza de ese grupo de países. Sin embargo, baste un ejemplo, hoy el último lugar de crecimiento económico o, para decirlo claro, el país más golpeado por la pandemia, es España, país que hace muy poco era ejemplo de desarrollo y cuya economía hoy se contrajo 11 por ciento, la cifra más alta desde la guerra civil en el segundo lustro de los años 30. Una España preindustrial y cerrada al turismo.
Sería terrible que al golpe del Covid-19, hasta cierto punto equitativo porque ha afectado a pobres y ricos así como a países desarrollados y hundidos en la miseria, viniera una etapa donde la disparidad marque el futuro con más fuerza aún.
Un tiempo en el que la desigualdad en el tamaño de las economías marcara las probabilidades de supervivencia de las naciones. Una suerte de “selección natural” donde no sobrevive el más apto, sino el más rico. Una pandemia que haya distribuido sin distingo los males, pero haga exclusivo y perverso el remedio.