El 20 de enero decenas de migrantes centroamericanos que viven en los albergues de Tijuana vieron con emoción (por televisión, en la mayoría de los casos) el cambio de poderes en Estados Unidos. El inicio de la era Biden representa para ellos la esperanza de reunirse con hijos, hermanos o padres que se quedaron en ese país cuando la administración Trump decidió separar a las familias que llegaron en caravana a pedir asilo.
Buena parte de quienes permanecen aquí pese a la pandemia y a la suspensión de las comparecencias en las cortes de migración de Estados Unidos (hay que recordar el acuerdo con Trump para esperar en un tercer país “seguro”) lo hacen porque en sus lugares de origen peligra su integridad o simplemente no tienen dinero para irse y volver cuando se reanuden los procesos. Deambulan por Tijuana consiguiendo trabajos temporales y durmiendo en casas de campaña.
La embajadora Roberta Jacobson, asistente especial del presidente Biden y coordinadora de la frontera sudoccidental, ofreció el viernes pasado una conferencia de prensa a medios de México y Centroamérica para dar una “actualización” sobre la política migratoria. Aclaró que “la situación en la frontera no ha cambiado”, que el mensaje más importante de la nueva administración para los migrantes es “no venir de manera irregular a la frontera de México o Estados Unidos”.
Además, el Departamento de Seguridad Interna no está inscribiendo a más personas en el protocolo de protección de migrantes (MPP, por sus siglas en inglés). Muchos de quienes están en Tijuana forman parte de esa lista; otros tantos regresaron a su país, con todo y que se les deportó a México como tercer país seguro. La embajadora pidió paciencia porque las cosas no pueden cambiar de un día para otro, y no hay fecha para que puedan reanudar los trámites.
Lo ocurrido en Tamaulipas, donde un grupo de migrantes centroamericanos perecieron –ya lo vivimos en la época de Felipe Calderón en San Fernando– y el único mensaje concreto de la administración Biden a los migrantes de que no se acerquen a su frontera sur muestra que, efectivamente, para Estados Unidos y México “la situación de la frontera no ha cambiado”.