La orden ejecutiva firmada por Joe Biden durante las primeras horas de su mandato para adherir nuevamente a Estados Unidos al Acuerdo de París y revertir así la decisión de su antecesor, es sin duda una buena noticia para el clima del planeta, pero no suficiente. El daño lo estamos causando ya y urge movernos a la acción.
El Acuerdo de París, firmado en 2015 por 194 naciones, busca esencialmente mantener el aumento de la temperatura global de este siglo por debajo de los dos grados centígrados a fin de evitar eventos climáticos extremos e infortunios en las décadas por venir. Para lograr tal objetivo, se han previsto una serie de decisiones y medidas previas que no se cumplen y que, a decir de la ciencia, forman parte de la retórica de los gobiernos.
El propio secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, saludó la decisión del nuevo presidente de Estados Unidos y de que ese país vuelva a encabezar el Acuerdo de París. “Aun así –advirtió– queda un largo camino por recorrer debido a que la crisis climática empeora y se acaba el tiempo para limitar el aumento de temperatura a 1.5 grados centígrados, fijado como una meta de desarrollo sostenible rumbo a 2030.
Hace poco más de año y medio, unos cuantos meses antes de que apareciera el nuevo coronavirus que hoy nos azota, en este mismo espacio me referí a las conclusiones del que es considerado el informe más completo en cuanto a las consecuencias por el calentamiento global, realizado por 500 especialistas de 50 países (entre ellos México). Hay un millón de especies animales y vegetales amenazadas de extinción, es decir, una de cada ocho especies existentes en el mundo, lo cual implica que estamos “en un declive sin precedentes en la historia de la humanidad”.
En sentido contrario a lo que fue el paradigma central del progreso económico mundial durante los dos últimos siglos, maltratar a la naturaleza significa hoy frenar la lucha contra la pobreza, el hambre o por una mejor salud del ser humano. “El tiempo apremia más que nunca”, se afirma en el documento de los científicos y donde, desde entonces, se instaba a actuar de inmediato, tanto a escala global como local.
No es de dudar el interés genuino de Joe Biden en un tema sensible como el cambio climático. El asunto estará en el centro de su agenda de política nacional e internacional con una relevancia que ningún otro mandatario estadunidense ha dado antes. Desde la vicepresidencia del país, en la gestión de Obama, Biden dio muestras de ser un firme defensor del medio ambiente.
Ya como candidato, Joe Biden propuso un plan climático tan ambicioso como utópico para regiones como América Latina: reducir a cero las emisiones netas de contaminantes hacia 2050 y apoyar de manera decidida las inversiones en energías limpias y las protecciones ambientales.
Ciertamente, no es igual una oferta de campaña que un programa de gobierno. Pero si la administración de Biden logra sortear los poderosos intereses creados, empezando por los de su propio país, y se ubica en el centro para coordinar el cambio climático a nivel mundial, serán muy importantes las alianzas que logre tejer con los países latinoamericanos, muy señaladamente México, cuyo actual gobierno pareciera no tener como una prioridad el desarrollo de energías limpias y renovables.
Las promesas no son suficientes. La arrogancia, el desinterés y sobre todo el desdén mostrado por algunos países, son inaceptables y deberían ser censurados y exhibidos ante el mundo entero. Se requiere que más países, ciudades, empresas e instituciones financieras lideren con el ejemplo.
En noviembre de este año, los líderes mundiales se reunirán en Glasgow, Escocia, para evaluar los avances logrados desde el Acuerdo de París y determinar el rumbo a seguir. Desde ahora se puede anticipar que las metas establecidas en la conferencia celebrada en Francia están muy lejos de haber sido cumplidas y que, de alcanzarse acuerdos, los próximos objetivos tendrán que ser mucho más demandantes.
No hay tiempo que perder y la tarea es global, no de un solo hombre ni de una sola administración. Una vez que, como planeta, logremos superar la emergencia sanitaria en que estamos inmersos y de la que desafortunadamente todavía no alcanzamos a vislumbrar la salida, no se podrá de ninguna manera soslayar la crisis climática. Los efectos devastadores de ambas calamidades ponen en riesgo la subsistencia de las especies y aceleran el ritmo de su extinción. Incluida la nuestra, por supuesto.