La pandemia se convierte en bomba de tiempo: o morimos de hambre o nos matamos por comida. El número de muertos por el virus, sea real o disminuido, es insignificante respecto a la población mundial y nacional; la información y estadísticas, escasas y manipuladas ante una colectividad aterrada y cada día más lastimada; los hospitales, saturados por falta de orientación y exceso de miedo, e incalculables consecuencias económicas y laborales.
“Si la pandemia fuera en serio, ya habría acabado con 20 por ciento de la población mundial; se trata de una pandemia sicológica, económica, política, mediática e incluso cultural, de secuelas insospechadas. Nos vendieron pánico, no alternativas. Lo peor es que el sistema mundial de salud sólo impuso el confinamiento como opción preventiva, junto con un exceso de información falsa o errónea, ocultando remedios probadamente eficaces contra el Covid, pero de escasas ganancias. Más que víctimas letales, la pandemia ha cobrado millones de deprimidos y paranoicos”, afirma infectóloga mexicana en obligado anonimato ante la cacería de brujas de quien se niegue a adoptar los métodos autorizados.
“Remedios probadamente eficaces −agrega− como el dióxido de cloro. Así se pide en una farmacia seria o por Internet. Diez mililitros de dióxido de cloro disueltos en un litro de agua, dividido en ocho tomas, una cada hora, durante 15 días, más los cuidados pertinentes de una gripa fuerte. Es un antiguo desinfectante con una amplia gama de usos domésticos, pero también con buenos resultados en casos de autismo, cáncer, sida e infinidad de dolencias más, incluido el Covid, cuya supuesta cura se obtiene exclusivamente con medicamentos comerciales y con el desalmado entubamiento. Al igual que la mariguana, el consumo del dióxido de cloro es casi clandestino por ese rezago legislativo mundial cómplice de la farmafia internacional, por ello no cuenta con un registro sanitario como medicamento; no le conviene al sistema de salud aunque sí al organismo humano cuando es empleado correctamente. Las personas –concluye– tenemos el derecho a elegir cómo nos queremos curar, si con herbolaria, homeopatía, alopatía o brujería, siempre y cuando nos informemos de lo que vamos a tomar y sus efectos. Ante las enfermedades tenemos más opciones de curación y el derecho a conocerlas y aprovecharlas, a pesar de las condicionadas reglas de juego de la industria de la salud.”