¿Es usted de los que piensan que, como los medios de comunicación lo afirman (y la mayoría de ellos hasta lo festejan), es verdad que don Donald Trump ha pasado por fin a retirarse?
Por salud mental de la mayoría y, por supuesto, de la propia, me había hecho el propósito de tomarme unas vacaciones y congelar por un buen tiempo temas tan deprimentes como el de la pandemia y el del virus tornasolado al que, más allá de todas buenas maneras –pero eso sí con plena objetividad– fue llamado en estas páginas “la naranja mecánica”. A una atenta misiva del amplio club de fieles admiradores del genial creador Stanley Kubrick, quienes consideran ofensivo que se utilice el nombre de una de sus geniales creaciones para denominar a ese ente, con título tan apreciado por la cinematografía mundial, la columneta se compromete a no volver a usar ese denigrante nombre (para el filme, por supuesto), ni siquiera dentro de unos meses que inicie su campaña de retorno a la Casa Blanca, la que él, por cierto, dejó por demás descarapelada.
Me anticipo a las respuestas que comenzarán a llegar dentro de un rato (hoy lunes a mediodía) y expongo una modesta, como es costumbre de esta franciscana columneta, hipótesis de discusión: en verdad, ¿Trump se fue? En primer lugar, pienso que el sujeto de la acción y el tiempo del verbo no son correctos. “Él”, tercera persona del singular y “fue”, conjugación en pretérito del verbo ir, no son apropiados. Lo cierto, aunque la gramática fundamental se cimbre, es que la realidad se expresa con mucha mayor precisión de esta manera: “Al presidente Trump, lo fueron”. Pero no olvidemos que Biden consiguió 81 millones 281 mil votos y Trump 74 millones 223 mil, es decir, que entre ellos hay una diferencia suficiente, pero no abrumadora.
Entonces, realmente, ¿Trump se fue? ¡Por supuesto que no! Como lo demostró en sus discursos de despedida, tan fantasiosos, fatuos, distantes de toda realidad. Para él, estos cuatro años serán su cuatrienio sabático. Tal vez, al igual que su símil mexicano, Ricardito Anaya, comenzará a recorrer su país para conocerlo.
Por supuesto, alentará en todos los campos (principalmente los de golf), a los truhanes que más se identifican con sus ideas… ¡corrijo, corrijo!: con sus insanias, locuras, aberraciones, despropósitos. Las propuestas más infames e injustas, basadas en la desigualdad, la inequidad, la discriminación, la homofobia, el racismo, la supremacía étnica y, por supuesto, la devoción y fidelidad absolutas al credo sagrado de la “crematística”, como religión única, santa, católica, apostólica, aunque por esta ocasión no sea romana, sino del merísimo Manhattan.
Breviario: Crematística. Algunas enciclopedias (para no ir más lejos Wikipedia) y sus congéneres, los lexicones, remiten la concepción de la crematística a un mentado Tales de Mileto (Grecia, 624 a. C.), quien afirmó: es el arte de adquirir riqueza, es la adicción a la acumulación de dinero. Otro ilustrísimo griego llamado Aristóteles realmente no se midió y, contundentemente, definió: la acumulación de riquezas es una actividad contra natura que deshumaniza a quienes la adoptan como forma de vida. La crematística es un conjunto de actividades y estrategias para lograr la adquisición de riquezas que facilitan el crecimiento del poder político. ¿Qué tal con estas disruptivas definiciones? Este Aristóteles sí que era un visionario, seguramente por eso encontramos su nombre dentro de la nomenclatura tanto en la cuarta sección de Polanco como en Naucalpan y en Ixtapaluca. Finalmente, les platico lo que al respecto opinó sobre este asunto un señor llamado Carlos Marx (por cierto, carente de calle): la pasión por el dinero, por el dinero mismo, es como una auri sucra fames, o sea, una maldita pasión.
Seguramente la multitud desconcertada se preguntará: y todas éstas tan etéreas disquisiciones, en qué contribuyen a que los que “fueron” a Trump puedan impedir que en cuatro años no haga realidad el sueño de Douglas MacArthur al abandonar Filipinas en los años 50, cuando humillado pero soberbio, al verse obligado a dejar ese archipiélago exclamara: “Volveremos” (igualito que Trump en su discurso al abandonar Washington). Digamos que es simplemente wishful thinking. Pero recordemos: lo definitivo se conocerá en dos semanas, el 8 de febrero. Tenemos 15 días para aturdir a San Judas Tadeo y a la virgencita del Sagrado Corazón. Ambos se publicitan como “abogados de las causas difíciles y desesperadas”. Tomémosles la palabra: si se enmancuernan, ya la hicimos ¡Milagro!