México se benefició con la errática política exterior de Donald Trump y su desatención hacia América Latina. “Perro que ladra, no muerde”, reza el sabio dicho popular. A pesar de sus constantes insultos y amenazas hacia México, Trump al final de cuentas respetó al gobierno de Andrés Manuel López Obrador y se negó a interferir en el avance de la Cuarta Transformación.
Jamás se materializó el choque de trenes entre Trump y López Obrador que tanto deseaban tanto los opositores mexicanos como los halcones del Pentágono. El Presidente mexicano logró torear al magnate neoyorquino y mantener relaciones diplomáticas constructivas enfocadas en la resolución de problemas comunes sin en ningún momento subordinarse a los caprichos de Washington.
La llegada de Joseph Biden a la Casa Blanca cambia el escenario. Son buenas noticias, desde luego, la detención de la construcción del muro fronterizo, los esfuerzos por regularizar a los dreamers y otros migrantes mexicanos, así como los planes de invertir millones de dólares en el desarrollo de América Central.
Sin embargo, solamente un analista ingenuo podría imaginar que América Latina se escaparía de los planes de expansionismo y reconquista de la hegemonía mundial que marcarán la gestión de Biden. El intervencionismo y la desestabilización siempre constituyen ejes centrales de la política exterior estadunidense. Por ejemplo, el surgimiento de nuevas manifestaciones contra Vladimir Putin en Rusia apenas unas horas después de la asunción del nuevo presidente demócrata difícilmente puede ser considerado como una mera coincidencia.
Biden nunca ha sido aliado de la soberanía democrática en el mundo. Primero como senador y presidente del Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes y después como vicepresidente durante la administración de Barack Obama, Biden siempre sostenía una posición intervencionista.
Desde el Senado, Biden fue uno de los principales promotores del asesino Plan Colombia aprobado durante la administración de Bill Clinton en 2000 (véase: https://bit.ly/2KMikOE). Y durante los años subsecuentes, en 2001 y 2002, Biden fue uno de los porristas más importantes de la guerra de George W. Bush en el Medio Oriente, primero autorizando la invasión de Afganistán y después promoviendo enérgicamente la invasión de Irak con base en la mentira de que Saddam Hussein supuestamente estaría atrás del ataque a las Torres Gemelas en 2001 y que además tendría “armas de destrucción masiva” en su posesión (https://bit.ly/368KY3U).
Como vicepresidente, Biden participó en el vergonzoso aval otorgado por el gobierno de Obama al golpe de Estado en 2009 contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya. Y en 2015, la dupla Obama-Biden declaró al gobierno venezolano como “amenaza a la seguridad nacional” de Estados Unidos.
El principal asesor de Joe Biden para asuntos latinoamericanos será Juan González, un estadunidense de origen colombiano que aplaude al Plan Colombia (https://bit.ly/3iONDVx) y justifica las aventuras golpistas de Juan Guiadó (https://bit.ly/2Mg89SO). El secretario de Estado de Biden es Antony Blinken, un burócrata gris que ha hecho su carrera totalmente dentro del establishment y a la sombra de Biden tanto en el Senado como en la oficina de la vicepresidencia.
El embajador de Estados Unidos en México durante el gobierno de Bill Clinton, Jeffrey Davidow, ya ha anunciado las coordenadas de la nueva política de Washington hacia México. Unos días después de las elecciones presidenciales de noviembre, este diplomático cercano al Partido Demócrata publicó un artículo incendiario en el periódico Reforma titulado “La luna de miel con AMLO llega a su fin”. Ahí amenaza con la reactivación de las actividades de la FBI y la CIA en México y señala que con Biden en la Casa Blanca “México comenzará a sentir una presión…que forzará a AMLO” a cambiar de rumbo en sus políticas públicas (https://bit.ly/3patzPM).
Y hace unos días, el siempre anticarismático y vendepatrias ex canciller de Vicente Fox, Jorge Castañeda, anunció en CNN que López Obrador “está poniendo en riesgo el interés nacional de Estados Unidos” y que Biden debería “ayudar a México” a partir de una intervención contundente en los asuntos interiores del país con el fin de poner un alto a López Obrador (https://cnn.it/3qSQ5NH).
Afortunadamente, López Obrador no ha mordido el anzuelo de comprar un conflicto gratuito con Biden. Así como el Presidente mexicano logró desactivar los ataques discursivos de Trump, también podrá desviar los dardos envenenados que ya prepara la administración de Biden.
Una vez más, la oposición política se verá frustrada en sus intenciones de utilizar al gobierno de Estados Unidos para destruir a la democracia mexicana. La legitimidad y la fortaleza de la Cuarta Transformación son demasiado sólidas para permitir que una fuerza externa ponga en cuestión el progreso de la nación mexicana.