Largamente previsto, en función de los pocos e incluso muy polémicos métodos de detención o prevención que utilizó a lo largo de estos meses críticos, el contagio de Covid-19 al presidente Andrés Manuel López Obrador estremeció ayer a un país, no sólo a su clase política, que lleva más de dos décadas con el personaje tabasqueño firmemente asentado en el escaparate mediático nacional y que, con más de dos años en Palacio Nacional, concentra todas las claves y expectativas de poder político, pero no económico ni militar (gulp, ¿el verdadero poder, más ahora?), y habrá de verse si electoral.
Más allá de los detalles específicos de las medidas asumidas por el titular del Poder Ejecutivo federal, el anuncio del alcance virulento mostró la debilidad estructural del equipo de trabajo andresino, que ha habilitado a una de sus piezas menos eficaces, la secretaria de lo que queda de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, para sustituirlo en la personalísima conferencia de prensa mañanera.
El gobierno federal es Andrés Manuel y sus quebrantos de salud y eventual pérdida de control del timón nacional, sea por horas o días, no tiene protocolos de relevo reales y contundentes, salvo los que ofrecen los dos virtuales vicepresidentes ejecutivos, el civil Marcelo Ebrard, adalid actualizado del salinismo remozador de las fachadas del sistema, o el militar consolidado multifactorialmente en el secretario de la Defensa Nacional, el expansivo Luis Cresencio Sandoval.
Y, del otro lado, de sus adversarios hoy montados en feroces campañas de odio y difamación, el tocamiento presidencial por el coronavirus aceleró la exhibición de las miserias intelectuales y espirituales de ese segmento de conservadores y discriminadores, a quienes nada parece descartable en cuanto a posibilidades de exterminio del nativo de Macuspana: desde la propalación de que tal contagio es falso, como parte de una escenografía de victimización, hasta la abierta promoción o júbilo respecto a las consecuencias menores o mayores, temporales o mortales, del contagio en mención.
El momento de molestias “leves” al Presidente de México, y la eventualidad de que el tal bicho avance más de lo deseable, de manera natural pone bajo revisión la muy discutible conducta asumida por López Obrador: del increíble “detente”, al rechazo en general al uso de cubrebocas, pasando por su fuerza moral y no de contagio que le decretó el subsecretario Hugo López-Gatell, ahora tan mediáticamente ausente a partir de desacuerdos con Palacio Nacional respecto a particulares que pudiesen comprar y distribuir vacunas.
Lo cierto es que el descuido en la prevención de un contagio al Presidente de México es mucho más que un incidente, pues en las condiciones políticas, económicas y sociales del país son muchos los riesgos que corre un proceso de intento de transformación positiva y justiciera del país, denominada 4T, si el personaje central de esa batalla minimiza su actuar.
En esta columna y en otros espacios igualmente astillados, el tecleador de estas líneas insistió desde meses atrás en la necesidad de cuidar a ese Presidente de la República. Ayer, a las 11:56 am, en un tuit quedó esta reflexión astillada: “el proceso difícil que vive hoy México no debería correr ningún riesgo de que un virus hasta ahora tan peligroso pudiera afectar, incluso sin letalidad, al jefe del Estado mexicano. Nuestro país podría agravar la guerra política, retrocesos, si #AMLO tuviera una crisis de salud”.
Y, mientras Mario Delgado sigue llenando a Morena de impresentables o francamente repudiables personajes que serán candidatos a “regenerar” la nación, el más reciente, Julio César Moreno, alcalde de Venustiano Carranza, en la Ciudad de México, que deja el Partido de la Revolución Democrática para “purificarse” al pasar al partido en el poder, ¡hasta mañana!
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