Herminia: –Me tenías preocupada. Te llamé mil veces y no contestaste.
Delia: –Lo siento: olvidé llevarme el teléfono. Herminia: --¿Adónde fuiste?
Delia: –Se me terminó lo que tenía en la casa. Tuve que ir al cajero.
Herminia: –A estas horas, ¿no es peligroso? Delia: –No fui al del banco. Pasé al del súper. Herminia: –Con lo del semáforo rojo, ¿cómo viste la calle?
Delia: –Igual que siempre: llenísima de gente. Al verla me pregunté cuántas de esas personas se sentirán tan culpables como yo.
Herminia: –¿Sigues pensando en eso? A ver, dime, culpable ¿de qué? Hiciste lo único que podías hacer.
Delia: –Mi hermana Alicia piensa todo lo contrario. Anoche volvió a llamarme y me dijo que si hubiera dejado a mi padre en algún hospital él aún estaría con vida.
Herminia: –¡Qué bárbara! Cómo se atreve a decirte eso, cuando ella ni siquiera estaba en México y, que yo sepa, jamás vino a ver a su padre... Sí, ya sé que vas a disculparla con eso de que ahora no es fácil viajar, y que además es peligroso.
Delia: –Eso ya no importa.
Herminia: –Claro que sí, y mucho. Aunque te duela, tienes que reconocer que tu hermana hizo mal.
Delia: –¿Crees que Alicia tenga razón?
Herminia: –No. Pero en caso de que la tuviera: ¿qué hizo ella? Nada más que lavarse las manos y dejarte todo el paquete. Habla por hablar: no sabe por las que has pasado.
Delia: –No se imagina lo que es ir en el coche de un lado a otro, con el enfermo asfixiándose, en busca de un respirador, tratando de conseguir oxígeno y te encuentras con que está agotado, pero si tienes la suerte de hallarlo, resulta que está carísimo y no te alcanza para comprarlo.
Herminia: –Se lo hubieras dicho a tu hermana.
Delia: –¿Crees que no lo hice? También le expliqué lo espantoso que es llegar a un hospital y ver que antes de ti hay decenas de personas que sufren, que piden lo mismo que tú: una cama, ayuda, ¡algo que le ahorre más sufrimientos al enfermo! La última vez mi padre se puso desesperado y como pudo –porque ya le costaba mucho trabajo hablar– me pidió que mejor nos regresáramos a la casa. Lo obedecí. Fue lo único que pude hacer por él.
Herminia: –Tu hermana, ¿lo entendió?
Delia: –Creo que no. Nada más se soltó llorando como loca. Le pedí que se calmara y me dijo que la comprendiera porque, después de todo, el difunto era también su padre, que tenía derecho a protestar y a dolerse por su muerte.
Herminia: –¿Y por eso cree que tiene derecho a llenarte de culpa? No seas tonta: no se lo permitas.
Delia: –Es que no puedo evitarlo. Cada vez que paso frente al cuarto de mi padre y lo veo desierto pienso que tal vez la situación sería muy distinta si yo hubiera insistido en dejarlo en algún hospital... Dime la verdad: en mi caso, ¿qué habrías hecho?
Herminia: –Lo mismo que tú, lo que me permitieran las circunstancias. Ahora todos estamos sujetos a eso y no hay forma de cambiarlo. ¿Me escuchaste? Llora si quieres, pero no te quedes callada.
II
Delia: –Estoy tan confundida. No sé qué pensar.
Herminia: –En que cumpliste con la voluntad de tu padre.
Delia: –Cuando llegamos a la casa acerqué a la ventana el sillón donde él dormía. Me lo agradeció y me dijo que sintió mucho miedo al pensar que iba a quedarse solo en un hospital, lejos del sitio donde vivió tantos años con mi madre, donde tenía sus cosas, sus recuerdos. Por su tono comprendí que estaba feliz. Lástima que su dicha haya durado tan poco. Murió al amanecer, vuelto hacia la ventana. Espero que haya alcanzado a mirar las primeras luces del día.
Herminia: –Me siento mal por no haberte acompañado...
Delia: –Lo sé, pero en cierta forma lo hiciste porque estaba segura de que en cualquier momento podría contar contigo.
Herminia: –¿Qué piensas hacer?
Delia: –Quedarme en esta casa, esperar, seguir con mi trabajo, con mi vida, aunque no sé cómo podré lograrlo. Por lo que Alicia me dijo, siento que el resto de mis días me sentiré culpable por haber dejado morir a mi padre.
Herminia: –No fue así, pero lo crees, y eso es lo más terrible. Por favor, por lo que más quieras, olvídate de eso y deja de lastimarte. Ya no busques explicaciones y acepta las cosas como son. Tu padre murió porque tenía que morir, su enfermedad ya estaba muy avanzada.
Delia: –Me consuela saber que él ya no sufre. Herminia: –Y que murió en su casa, vuelto hacia la ventana, mirando el amanecer.