Los altos muros medievales de la catedral inglesa de Salisbury, erigidos para celebrar la fe, albergan ahora la esperanza nacida ante los recientes descubrimientos científicos con la finalidad de convertirse en un centro de vacunación al son de música celestial.
El edificio de los siglos XIII-XIV es una de las tres catedrales británicas que participan en el mayor programa de vacunación en la historia del país. En una pequeña capilla dedicada normalmente a la oración, una enfermera saca un frasco de la vacuna Pfizer/BioNTech.
Después de la inyección, William Perry, de 98 años, espera bajo la nave durante un cuarto de hora por si hubiera efectos secundarios sentado a distancia de un agricultor y de una ex policía. Es la primera vez que sale de casa desde el pasado mes de marzo y, aunque el tiempo “está un poco húmedo”, no se arrepiente.
“Es agradable pensar que están haciendo algo para que yo pueda estar todavía aquí unas semanas o unos años más, ¡hasta los 100!”, afirma este ex ingeniero de la Real Fuerza Aérea, quien se encargó del mantenimiento de los legendarios aviones de combate Spitfire durante las batallas que libró su país durante la Segunda Guerra Mundial.
Como las catedrales de Blackburn y Lichfield, la de Salisbury –localizada en el condado de Wiltshire, a unos 175 kilómetros al poniente de Londres–, abrió sus puertas al programa masivo del gobierno, que tiene previsto vacunar a los mayores de 70 años y los más vulnerables, es decir, 15 millones de personas a mediados de febrero.
Se prevé que unas 3 mil personas se vacunen esta semana en la catedral de Salisbury.
En ese lugar los pinchazos se realizan al son del órgano, renovado recientemente por un costo aproximado de un millón de libras esterlinas (1.1 millones de euros, 1.3 millones de dólares).
Dos organistas se turnan a lo largo del día para interpretar obras de Bach, Dvorak o Ralph Vaughan Williams.
“Esperamos crear una atmósfera de serenidad y tranquilidad, sólo queremos aportar algo para que la gente piense en otra cosa durante el pinchazo y ayudar a los equipos para que no se les haga muy largo el día”, dijo el reverendo encargado. Entre los ayudantes figura Jeannie Grant, de 62 años, hija de Perry.
Venir a un lugar que ha sido testigo de tanta historia, al servicio de “un objetivo tan maravilloso para la población, es muy especial”, afirma. Ella tiene esperanza: “Será maravilloso cuando terminemos con todo esto y la vida pueda volver a la normalidad”.
Afp