Entre el aturdimiento escenográfico del cambio de modelo cuatrianual en el timón de Estados Unidos, con el siempre moldeable Joe Biden puesto como evidente, casi obligada, contraposición provisional ante la insania personal y grupal de Donald Trump, los grupos mexicanos de élite empresarial y partidista que no han encontrado manera eficaz de nuclear y potenciar un movimiento fuerte contra el presidente Andrés Manuel López Obrador han decidido asociar su suerte mediática y discursiva en lo inmediato, con expectativas electorales en los comicios intermedios del año en curso y los presidenciales de 2024, al recorrido correctivo y de reglobalización de los tripulantes del personaje de plastilina política apellidado Biden.
La “Operación Contraste” ya está en curso. Plumas y opinantes de sabida adhesión a los poderes desplazados o semidesplazados por el obradorismo mantienen una campaña de señalamiento de las presuntas bondades discursivas y operativas de Biden, justamente para señalar como todo lo contrario lo que hasta ahora ha ido haciendo el político tabasqueño que tanta irritación les provoca. Aspiran estos desesperados a que Washington les haga el milagro que acá no han podido confeccionar, nativamente.
El destinatario de tanta pasión descalificatoria aporta con constancia lo propio para alimentar los ánimos descompuestos en su contra. Mantiene su muy difundida conferencia mañanera de prensa como instrumento de propaganda e información, en dosis variables y muy discutibles y, sobre todo, de desahogo de tensiones y de emisión de críticas y cuchufletas a sus adversarios políticos y mediáticos, a quienes con frecuencia favorece exageradamente con sus menciones más que reducirlos o abatirlos política e informativamente.
No sólo son las propuestas, planes o anuncios que hace López Obrador en sus alocuciones matinales, sino la destemplanza, la acritud, la rudeza de algunos de esos desahogos ante reflectores. La mañanera merece reflexión y ajustes, más allá del alto volumen de audiencia que jala diariamente.
En ese contexto de polarización declarativa, mediática, política y electoral, Palacio Nacional ha conjuntado una serie de actitudes, reservas y hechos que podrían generar encono en la nueva administración imperial, la de Biden. A exacerbar tales diferencias se está dedicando la “Operación Contraste”, deseosa de que en Washington dictaminen revanchas contra el sureño retador.
A la vez, Palacio Nacional pareciera tener una peculiar disposición a ir sumando puntos discutibles o eventualmente disruptivos ante el grupo llegado al poder gringo. Luego de los entendimientos plenos con Trump, que llevaron a México a cometer exabruptos como el de la barrera de Guardia Nacional contra migrantes en el sur del país, o la variación de “tercer país seguro”, López Obrador irá viendo la evolución de políticas como las anunciadas ayer en la Oficina Oval de la Casa Blanca, tentativamente favorables al interés mexicano antes de los acomodos AMLO-Trump: no más avances en el muro fronterizo, plan migratorio que alcanzaría a paisanos, apoyo a jóvenes soñadores, supresión del injusto programa de “mantenerse en México” como aspirante a asilo en Estados Unidos y otras medidas que chocan con lo aceptado por López Obrador.
En la evolución de esas dinámicas de forcejeo y acuerdo, de tensión y entendimiento, de pragmatismo extremo de ambas partes o enconos irracionales, se irá definiendo también el futuro del antiobradorismo hasta hoy tan ineficaz y disperso, ya sea que cuente con aliado electoral, externo e imperioso, o que en la nueva realidad a desarrollar por Biden (en busca de recuperar el papel rector mundial) se pacten puntos básicos de una convivencia institucional aceptable para ambas partes.
¡Hasta mañana, con Gobernación en denuncia ante la Fiscalía General de la República por filtraciones periodísticas (o un artero refrito reformado) respecto a militares que con policías habrían aprehendido, asesinado y entregado para desaparición a normalistas de Ayotzinapa!
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