Esa facilidad de Alfonso Reyes fue la facilidad del poeta. Que supo extraer del impulso popular, sea andaluz o mexicano, de sí mismo, de su propia y acelerada sensibilidad.
La fuerza de Alfonso Reyes fue simplemente dejarse llegar lo inarticulable de sus fuentes para articular con facilidad lo que para los más es imposible.
Dejarse manar lo que corre con generosidad por sus venas. Esta fue su facilidad, rápido mimetismo con lo español, diferenciado en sí mismo, de lo mexicano-español o lo griego, que fue un decir de sí mismo, desprejuiciado de la crítica, para que su decir fuera eso: búsqueda interior, desdoblamiento que va de la realidad externa a la realidad síquica y confunde, aparentemente, por su gran oído de lo externo, que incluso hace parecer poesía flamenca lo que no lo es.
Oigámoslo cantar: Puente de los matuteros, en mi caballo alazán me escondo en el abanico para poderte besar.
Tienes en la cara dos ojos, y una cruz por señal, tu mantón abre la grupa, cola de pavo real.
Los mendigos de la feria nos quieren atajar; la guitarra echaba ensalmos, y maldecía el puñal.
Desembozó de repente, su linterna el sacristán, y perdí las herraduras a fuerza de cabalgar.
Tronaban las castañuelas cascos al galopar, con la hoz de las espuelas, segué madroño al pasar.
Las chispas del eslabón, me pudieron delatar; cuando me siguen trabucos siempre me da por fumar.
La noche se hundió en claveles, y nació el azahar, de la mañana en la venta, donde fui a desensillar.
El sol con traje de luces, desde de la calle de Alcalá, nos pegó el trapo a los ojos, y nos empezó a matar.
De Antología de poesía flamenca,
González Climent.