El presidente Andrés Manuel López Obrador enfrenta su mayor problema de credibilidad con el clavo ardiendo que significa Salvador Cienfuegos. Para el grupo de quienes lo atacan desde sus intereses mezquinos es una gran ocasión: el tema les es irrelevante, importa apenas como parque para disparar sin tregua, especialmente ahora en tiempos de comicios próximos. Pero son también muy notables las pasiones encendidas entre periodistas de investigación con una reputación bien ganada: han emitido un dictum prácticamente inapelable: el Ejército le ha doblado las manos al Presidente. La base de sustentación de estas voces resulta muy llamativa; lo que haga el Ministerio Público gringo está bien hecho por antonomasia; y su correlato: lo que haga la misma institución, mexicana, está mal hecho en el mejor de los casos, o es corrupción con alta probabilidad: de la fiscalía, del Presidente y del Ejército. Algunas de estas voces se refieren al Ejército Mexicano dando por descontado que se trata de un ejército más –como varios que hemos conocido en América Latina–, y que es un poder efectivo “autónomo” dentro del poder político. La historia política de México, desde el gobierno del general Cárdenas, no sustenta esa visión.
El pasado 24 de noviembre escribí en este espacio, a propósito de la repatriación de Cienfuegos: “entre quienes hemos externado mil veces nuestro apoyo al Presidente y a la 4T, hay al menos desconcierto. El Presidente ha dicho innumerables veces que la forma de no equivocarse (en la comunicación entre gobierno y sociedad) es decir la verdad”. Ese desconcierto reaparece ahora pero con luces y matices distintos. Cualquier creencia es expresión del grado de confianza que cada uno tenga en el gobierno de AMLO. El ejercicio de su gobierno en los más diversos temas ha dado pruebas abundantes de transparencia y verdad. Ha sido, además, efectivamente, el modo de no equivocarse en el campo minado que las oposiciones le han puesto a su gobierno. En la inmensa mayoría de los medios de comunicación tradicionales, y también en las redes sociales, las oposiciones adosadas al poder del pasado neoliberal corrupto mienten sin freno y distorsionan sin parar sin el mínimo pudor. Aún más, creen que es legítimo ese execrable proceder y que “todo vale” en su empeño de recuperar el poder.
El Presidente ha dicho, apoyándose en la Fiscalía General de la República, que la DEA “fabricó” delitos y acusó sin pruebas al general. Ha puesto, asimismo, a disposición de la sociedad mexicana el expediente enviado por el gobierno estadunidense.
Hasta ahora, con la información pública conocida, debiera ser evidente que el Presidente ha adoptado una postura digna frente al poder del vecino. Nada más fácil para el Ministerio Público estadunidense que desmentir al Presidente mexicano, demostrar que el expediente puesto al público es incompleto o no es el enviado. O demostrar también que sí tenía pruebas y que las conoce la fiscalía de México. Debiera ser obvio que el Presidente está imposibilitado de adoptar la postura que ha abrazado sin tener total claridad y seguridad sobre lo que ha dicho. Se trata de asuntos de Estado frente al mayor poder del planeta. Difícilmente Estados Unidos puede tomar represalias sin contar con evidencias sustantivas sobre los cargos que hizo al general vueltas descargos por el propio gobierno vecino.
Es igualmente claro que descartar los dichos de la arrogante postura del gobierno estadunidense (una más: “con esto que les mando ustedes júzguenlo”) no equivale a exonerar así, por entero, al general Cienfuegos. En el pasado reciente las fuerzas armadas han sido múltiples veces señaladas, desde los más diversos espacios de la sociedad mexicana, de la comisión de abusos, de violación de los derechos humanos, y aún de cometer delitos sans phrases. Que el general haya estado vinculado a hechos punibles, es asunto que queda abierto a denuncias provenientes de la sociedad que no pueden ser sino específicas. El propio Presidente se ha referido a pactos de silencio que es imperativo romper; cree, por tanto, que alguien calla.
No me asombra el desconcierto. Las palabras de Marcelo Ebrard al explicar la repatriación del general están vivas en la memoria: sería “casi suicida” traerlo y no hacer nada. Ahora ha dicho que “ya se hizo” y se halló lo que se halló. Sí, es desconcertante la velocidad con la que se hizo, y el hallazgo de la fiscalía; pero es desconcertante también por la ausencia total de un precedente; los gobiernos mexicanos han sido sumisos y transigentes y no han adoptado posturas que contradigan las decisiones imperiales. Es difícil creer que esto esté ocurriendo.
Para muchas voces críticas reales del gobierno de la 4T no es sólo desconcertante, es también inverosímil, o llanamente increíble, o es un acto corrupto; y para una parte de la sociedad, al parecer, hay serias dudas; para este sector la 4T enfrenta una credibilidad mellada. El examen de las secuelas debería aclarar lo ocurrido.