Alfredo López Austin es uno de los grandes pensadores de nuestro país. Como buen norteño, este notable historiador es muy bravo. Habla fuerte y claro, dice verdades de a kilo y es un gusto escuchar a un maestro que no tiene pelos en la lengua. Experto en el México precolombino, ha logrado que muchos jóvenes se fascinen por nuestro pasado y cuenta con una cauda de seguidores. Apenas se anuncia una conferencia suya, todos acudimos anhelantes. En la Facultad de Filosofía y Letras tuve el privilegio de escucharlo hablar de la cosmovisión mesoamericana.
Francisco Toledo lo tenía en gran estima y juntos escribieron e ilustraron, en 2009, Una vieja historia de la mierda, ya que López Austin todo lo sabe sobre el cuerpo humano y las almas que lo componen. A Guillermo Haro, astrónomo, le interesó su idea de la creación del mundo y la geometría, y el funcionamiento cósmico. Varias veces lo escuché decir en Tonantzintla a Fernando Benítez que quien mejor comprendía la visión indígena del mundo era López Austin.
–Doctor López Austin, he leído algunos de sus conceptos y veo que es usted muy bravo en sus críticas
–No, no tanto, no tanto. Me he sentido decepcionado con el régimen actual. Cuando uno lucha toda la vida y siempre está uno en el lado perdedor y cuando llega uno a viejo y cree que ya ganó y se da cuenta de que no fue así, se siente uno triste y decepcionado.
–¿Decepcionado? Usted es un hombre victorioso en todos sus aspectos. Acabo de leer un currículum de muchísimas páginas con logros y reconocimientos de grandes universidades europeas y estadunidenses que celebran sus artículos, toman en cuenta sus consejos y reconocen su sabiduría. Eso, doctor, sólo lo logra una mente excepcional.
–Soy mexicano y me preocupa mucho mi país.
–En este momento, ¿qué le preocupa más, aparte, claro, de la pandemia, que a todos nos tiene muy afligidos?
–Me preocupa que quisimos llegar a una democracia y no lo hemos logrado. Creo que la democracia es la participación de todos en la construcción de México, con la voluntad de todos y veo que esto aún no sucede. Es lo que ahora más me decepciona.
–¿Usted siente que siguen sin tomarse en cuenta a los más pobres? ¿Los indígenas siguen marginados a pesar del “Primero los pobres”?
–Sí, creo que no nada más a ellos, a todos. Queremos hablar, queremos hacer racional nuestro diálogo. Cada uno de los mexicanos debe expresarse, pero para ser oído, y hasta ahora no ha habido diálogo.
–¿Cuándo tuvimos ese diálogo?
–Nunca lo hemos tenido, por eso estoy triste. Ahora lo que tenemos es un monólogo.
–¿Cómo podría lograrse ese diálogo? ¿Cómo podríamos regresar a la época en que Lázaro Cárdenas se detenía bajo un árbol a hablar con campesinos y recordaba el nombre de cada uno?
–No sólo es eso. Tenemos también que elevar el nivel del diálogo. Tenemos que razonar. Tenemos que participar en las decisiones.
–¿Cuál sería para usted, doctor López Austin, el canal para esa participación? ¿La mañanera podría reunir un día a universitarios, otro día a médicos y enfermeras, un tercer día a maestros y a otros profesionistas?
–Hay muchos canales. El primero es el respeto al que no opina como yo. Es lo primero que hay que reivindicar, respetar al adversario, darle su lugar como ser humano digno, no descalificarlo, no insultarlo, no tratarlo como niño; oír sus razones y responderlas o discutirlas racionalmente. Eso es lo que quiero yo para México.
–¿Usted siente que no hay diálogo con el gobierno a pesar de las mañaneras y los continuos viajes del Presidente a todos los estados de la República Mexicana?
–No lo hay. El nivel de discusión y de exposición también ha descendido mucho. No es un asunto únicamente mexicano. Evidentemente, es un asunto mundial en el que predomina el eslogan, la descalificación, el insulto, el fomento del odio. No es eso lo que quiero para México. Lo que pido es una discusión de altura entre todos los que quieran discutir.
–¿No se fomenta una discusión así en la Cámara de Diputados y en el Senado?
–No. Nos encaminamos a una tremenda centralización con subordinación.
–¿Usted atribuye este error al fomento de las mañaneras y a la actitud de Andrés Manuel López Obrador?
–Lo atribuyo a una forma de gobierno unipersonal.
–¿Qué forma de gobierno propondría, doctor López Austin?
–Una en la que existiera un verdadero diálogo. Sobre todo, donde los legisladores llevaran a la palestra la representación popular; no el que ahora vivimos y vence la subordinación al Ejecutivo.
–Pero la nueva costumbre de la mañanera permite que periodistas y otros comunicadores y visitantes puedan preguntar lo que les plazca. ¿No es eso una nueva forma de democracia a la vista de todos?
–No. Es simplemente una nueva costumbre de dar a conocer lo que piensa una persona. Si esas pláticas estuvieran exentas de calificativos denigrantes, si esas pláticas fueran para todos, si esas pláticas no fomentaran el odio, si esas pláticas no dividieran puerilmente a la población en buenos y malos, en héroes y villanos, serían muy convenientes para México.
–Usted, que conoce tanto y tan bien el mundo precolombino, ¿cree que en el pasado hubo ese diálogo?
–Evidentemente no lo hubo. Era un gobierno basado en el poder de una clase. No podemos idealizar el pasado.
–¿Tenemos la obligación de criticar al presente?
–Yo creo que tenemos la obligación de construir un México diferente, un México democrático, un México por el que votamos la mayoría, una tremenda mayoría. Yo voté por el cambio, yo esperaba un cambio profundo, una transformación, yo fui de esos votantes que votó con toda la ilusión de empezar a construir un nuevo México y nos encontramos ahora con un gobierno unipersonal. Buena parte de la izquierda mexicana, que siempre ha luchado con la esperanza del cambio, está profundamente decepcionada.
–Lo que dice, doctor, pesa en el ánimo de los oyentes porque usted es un personaje único de la cultura mexicana.
–No, yo soy un trabajador de la cultura. No soy un político, pero considero que todo mexicano tiene una obligación política, no para dirigir, no para figurar, sino para trabajar en beneficio de México.
“Me gustaría, querida amiga, tener la imaginación poética para ver dos caminos frente a México. Uno de ellos sería el de la soberanía popular de una nación consciente de su diversidad, camino en que la dialéctica racional de las diferencias luchara cotidianamente para orientar la dirección política. El otro sería el de una nación unificada debido a la confianza absoluta en un líder, fundada en la concentración del poder ideológico, político y militar. Son caminos diferentes, por lo que ninguno de ellos puede servir como medio para llegar al otro. Me gustaría pensar que aún puede darse el primer paso y que dicho paso es urgente y decisivo. Me gustaría pensar que México aún puede elegir el primer camino.”