A Caravaggio le bastaron 38 años de vida para revolucionar el arte con un uso magistral de las sombras y la luz en sus lienzos, en los cuales plasma rostros y cuerpos llenos de emoción realista en escenas de violencia y muerte. Por ello, a 450 años de su nacimiento, a cumplirse el 29 de septiembre, se le sigue conmemorando.
Admirado y criticado por igual en el siglo XVII, Michelangelo Merisi, Caravaggio –seudónimo tomado del nombre de la región donde nació, en Milán, Italia, en 1571–, trabajó en medio de una vida escandalosa.
“Escenas de extrema dulzura, éxtasis religioso y detalles exquisitos de la vida cotidiana pintada por la mano de un ebrio violento y asesino. Es sin duda uno de los personajes más cautivadores y revolucionarios en la historia del arte”, describió la historiadora Kate Bryan con motivo de la exposición Beyond Caravaggio en 2016, que hospedó la Galería Nacional de Londres.
Pintores como Diego Velázquez, Rubens y Rembrandt fueron influenciados por la radicalidad de Caravaggio. Después de su muerte, en 1610, quedó un tanto olvidado en-tre el ascenso de nuevos estilos, pero resurgió en la mirada atónita de la nueva generación de artistas.
Hoy es uno de los más grandes maestros de la pintura aunque apenas 80 cuadros de su autoría permanecen en prestigiosos museos, como los Capitolinos de Roma, el Louvre, la galería Uffizi y en rincones de antiguos templos de Italia.
En una época en que los encargos religiosos marcaban la pauta, fue calificado de vulgar, violento y sacrílego. Una de sus acciones audaces fue usar prostitutas y méndigos como modelos en cuadros sobre santidad y suplicio. Gente común, de la calle, es la que quedó capturada en sus lienzos con realismo, sin belleza artificial.
Fue un gran maestro del tenebrismo, técnica del claroscuro que baña de dramatismo los lienzos al dar luminosidad a un punto que destaca entre los fondos oscuros.
Un detalle resaltado en la historia del arte es el carácter difícil del arista, asiduo de la compañía de cortesanas y partícipe en constantes riñas en tabernas, una de las cuales lo llevó a la ruina, pues cometió un asesinato en 1608 durante una pelea, por lo que tuvo que huir exiliado de Roma a Nápoles, luego a Malta, para morir buscando el indulto en Porto Escole, un pequeño puerto en la Toscana.
Brayan lo llamó “el chico malo del barroco”; portaba ilegalmente una espada y no tenía miedo de usarla. Un rebelde que no hacía bocetos antes de plasmar las escenas, sino que lo hacía directamente sobre el lienzo, algo que no se acostumbraba.
Hasta el día de hoy, admirar una de las escenas surgidas de su pincel es un encuentro asombroso: como sorprenderse con la expresión del dolor del Chico mordido por una lagartija o encontrar la sangrienta decapitación de Holofernes por la espada de Judith. Es admirable la forma en que un rayo de luz guía la mirada del espectador para admirar el rostro de Mateo, quien es invitado a seguir al Mesías.
El martirio de Santa Úrsula, una de sus últimas pinturas, muestra una evolución aun mayor debido al dramatismo de la escena de la mujer que ha sido atravesada por un flecha. De entre la oscuridad destacan el pálido rostro y la túnica roja, así como las emociones de la víctima y el victimario contrapuestos. Caravaggio se incluyó en la imagen como un espectador. “Los contrastes exagerados entre oscuridad y luz parecen una alusión simbólica al pecado y la redención, la muerte y la vida”, concluye el Museo Metropolitano de Nueva York.