Lo dicho: de Giorgio Agamben a Qanonymus, pasando por un franja notoria de la academia gringa –seguidora entusiasta del posfilósofo italiano–, ha animado a grupos extensos de terraplanistas a burlar las decisiones sanitarias y a complicar en grado sumo la gestión de la pandemia: 60 por ciento de los franceses, por ejemplo, no acepta la vacuna; muchos otros, tampoco. Pero lo que ve Agamben con sus anteojeras irreductibles es que un “estado de excepción” ha dictado medidas “desproporcionadas” y todo mundo obedece presa del miedo. Se fijan con “un pretexto”: el control político de la población. Ese momento de “excepción” del derecho se ha vuelto “permanente y paradigmático”.
Agamben no distingue entre contextos políticos distintos; el “estado de excepción” es lo que hay. En Italia incluyó medidas tan “desproporcionadas”, que el pasado 12 de junio, el primer ministro Giuseppe Conte fue interrogado por la Fiscalía para evaluar su “displicente” gestión al inicio del brote epidémico, así como la razón por la que no aisló a Bérgamo, una de las zonas más afectadas, cuando Italia contaba 34 mil muertos.
Chomsky dijo al medio televisivo chino CGTN, acerca de la gestión de Donald Trump sobre la pandemia, en mayo de 2020, cuando la primera ola del contagio crecía sin freno en Estados Unidos: “el propio presidente ha dicho que no es asunto suyo. Hay 90 mil muertes y habrá muchas más.... No hay un plan coordinado”. Esas fueron las medidas “desproporcionadas” del “estado de excepción” en la mayor potencia del planeta. ¿Qué tal Brasil?
Cuando el mundo –multiforme y diversificado, y más cambiante que nunca– es pensado con las mismas fórmulas oxidadas de siempre, como lo hace Agamben, también hace de su andar un camino conocido: el del dogmatismo, en el sentido kantiano de “derivación de conceptos a partir de conceptos sin la irrupción de un externo que los anime” como ha apuntado con precisión el filósofo turinés Davide Grasso. Ni los datos de la realidad de la pandemia, ni los de la política real, rozan su “reflexión” y, así, las relaciones entre sus propias categorías se vuelven “sospechosamente intactas, irrompibles”.
Si su “sistema filosófico” está exánime ¿por qué ocuparse del postfilósofo? Justo porque su intervención sobre la pandemia impulsó un debate agrio en varias naciones que, por las más sorprendentes mediaciones, ha sido alimento vivificante de unos terraplanistas que complican la vida de todos, no sólo la de ellos, negacionistas del conocimiento científico; un saber nunca acabado y que, en el caso del Covid-19, está en sus prolegómenos: no hay aún medicamentos específicos y las vacunas inician sus primeros dubitativos pasos. ¿Qué otra cosa podrían haber hecho los humanos con esta terrible pandemia que no fuera lo que hacemos unos, que rechazan los terraplanistas y que no pueden hacer los pobres, sino guardar distancia física, que no social?
El joven filósofo croata Srećko Horvat ha propuesto esta visión: la distancia física no significa el agotamiento de la vida en su sentido más completo. Una pausa anómala, sí, atravesada por una profunda solidaridad, incluso intergeneracional.
Agamben cumplió recientemente 78 años a buen resguardo, evitando el contagio, como todos los que pueden hacerlo. ¿Está sometido por el miedo? ¿O ha observado juiciosamente la regla sanitaria primordial posible? Si el Covid-19 no es grave (“un poco más que una gripe normal”, escribió) ¿por qué se somete a la norma del terrible Leviatán?
El Covid-19 provoca, en primer lugar, neumonía, desde leve hasta extremadamente grave. La neumonía es una de las principales causas de muerte por enfermedades infecciosas por todo el mundo, y la primera en Europa. Frente a esa realidad Agamben ¿qué propone?: nada: su papel no es proponer. Lo real concreto no lo conmueve. Le interesa, dice, la política. Ergo, su “política” no propone ni lo real concreto le interesa. Le es suficiente seguir en su filología sin fin y sin asideros.
Grasso ha hecho otro tiro de precisión: “La comparación de Agamben entre el coronavirus y el ‘terrorismo’… es muy reveladora. Creo que se refiere a los ataques de Isis de los últimos años. Aquí está en juego toda una mecánica acrítica de la analogía: un movimiento político hecho por hombres no es en absoluto análogo a la propagación de un virus”. Agamben sí que puede con jitanjáforas y nonsense.
Giorgio pudo haber leído a Jürgen Habermas en Le Monde: “desde un punto de vista filosófico, observo que la pandemia impone, al mismo tiempo y a todos, un impulso reflexivo que, hasta ahora, era la actividad de los expertos: debemos actuar en el conocimiento explícito de nuestro no saber. Hoy en día, todos los ciudadanos están aprendiendo cómo sus gobiernos deben tomar decisiones con una clara conciencia de los límites de conocimiento de los virólogos que los asesoran. La escena en la que la acción política está inmersa en la incertidumbre, rara vez ha sido tan brillantemente iluminada”. Pudo haberlo leído, pero no es su tema.